lunes, 26 de septiembre de 2011

Llegué a la parada del autobús y lo cogí para dirigirme al hotel. Cuando subí a él me di cuenta de que iba casi vacío, tan solo una pareja de ancianos estaban sentados en los asientos delanteros  y un trabajador del hotel que se encontraba justo a la mitad del autobús. Pasé hacia adentro y me senté al lado de una ventanilla, mis nervios me hacían pensar que las personas que allí se encontraban adivinarían el motivo por el que yo había subido y me avergonzaba de ello. En verdad, no era correcto lo que estábamos haciendo, pero es peor amar y no poder vivirlo abiertamente. Quizás esta era la manera más apropiada para no hacer sufrir a los demás…
Después de diez minutos llegué al hotel, a través de los cristales del autobús vi tu coche aparcado al lado de la entrada, las piernas me comenzaron a temblar, muy discretamente saqué la llave de mi bolso y entré al hotel. No sé si me ruboricé por la situación, pero mis mejillas  ardían, sin apenas levantar la vista me colé dentro del ascensor y pulsé varias veces, temía que alguien me reconociera... Cuando por fin se abrieron las puertas accedí al pasillo y comencé a buscar la habitación.
-¡Ahí está!- pensé.
Tomé la llave y cuando me disponía a usarla la puerta se abrió. Allí estabas tú, con tu genial sonrisa y tu cálida mirada que me trasmitió todo el amor y la ternura que en esos momentos necesitaba. Tendiste tu mano y me cogiste del brazo tirando suavemente de mí para adentro. Por la espalda me rodeaste con tus brazos y susurrándome al oído me dijiste ¨ te quiero¨. En ese momento me aferré a ti con más fuerza que nunca, me di la vuelta y te besé en los labios…
-¡Juan! ¡Soy tan feliz de estar otra vez a tu lado!
-¡Mi vida! ¡Sabes que yo también!
La tarde a tu lado pasó volando, el reloj corría y corría, y nosotros no pudimos detener el tiempo.
-Juan, lo que mi corazón siente por ti es tan puro y tan verdadero, que aún sabiendo que no está bien que nos amemos, los remordimientos que antes acudían a mí se han desvanecido por completo.
-¡Lucía, yo solo quiero estar a tu lado, para siempre! Si antes estaba seguro de lo que sentía por ti y de que quería dejarlo todo por estar contigo, ahora lo tengo todavía más claro.
Era la hora de despedirnos, yo no podía hacerlo, ya que el amor que sentía en esos instantes por ti era tan fuerte que me impedía tener que decirte adiós aunque fuese por un día. Me replanteé en mi cabeza lo que me acababas de decir, tal vez llegó el momento de dejarlo todo y comenzar una nueva vida junto a ti… No sabía cuánto tiempo más iba a soportar no vivir contigo, este sentimiento era tan fuerte que ya dejaban de importarme las cosas que antes me quitaban el sueño.
Mientras me vestía para marcharme me puse frente a ti y te dije aquello que hacía tanto tiempo tú querías oír…
-Juan, creo que sí…
-¿Qué sí..? ¿Qué?
-Pues… que sí quiero dejarlo todo para estar a tu lado…
Tus ojos se iluminaron, tu sonrisa se amplió enormemente y me abrazaste como nunca lo habías echo…
-Lucía, he esperado este momento con tantas ganas que ni yo mismo me creo lo que me estás diciendo… ¡Me acabas de hacer el hombre más feliz del mundo!
Tus manos temblaban y no me soltabas ni un instante…
-Tenemos que comenzar a preparar todo. ¡Quiero que vengas a mi lado cuanto antes! ¡Ahora sí que no quiero esperar ni un instante más! Esta misma noche hablaré con mi mujer y le explicaré lo que está pasando, sé que será duro, pero tiene que comprenderlo… ¡Yo te quiero, Lucía, como nunca antes he querido a nadie…!
Te sentía tan feliz junto a mí, que tuve miedo… Me aterraba pensar lo que se nos venía encima, pero comprendía que la vida es demasiado corta y que el tiempo que no pasáramos juntos era tiempo perdido. Ahora sí que debíamos enfrentarnos a todo lo que nos separaba y comenzar, con la cabeza bien alta, nuestra nueva vida llena de amor.
Salimos del hotel completamente ilusionados, con ansias de estar juntos para siempre, nuestro sueño estaba cerca y pasara lo que pasara lo íbamos a cumplir… Montamos en su coche y esta vez no me bajaría en las afueras del pueblo, ahora me llevaría directamente a casa. Ya no importaba nada que nos vieran juntos, desde ese momento pondríamos las cartas sobre la mesa y con la cabeza bien alta gritaríamos al mundo entero nuestro amor, ese amor que ninguno de los dos buscamos pero que llegó a nosotros para hacernos realmente felices…

sábado, 24 de septiembre de 2011


A la mañana siguiente, cuando me levante, pasé por delante de la puerta que da a la calle y encontré un sobre en el suelo, en él ponía mi nombre en mayúsculas. Con impaciencia lo abrí, dentro había una llave con un número y una nota:
Mi amor, nos veremos otra vez ¿no es cierto? Esta tarde sobre las siete en el hotel del acantilado. Esta es la llave de nuestra habitación. Estoy impaciente por estar nuevamente contigo. Tuyo para siempre:
               Juan
La emoción me embargaba en aquel momento, las manos me temblaban y en mi rostro se dibujo una gran sonrisa.
Dentro de mí existía una explosión de alegría desmedida, tenía ganas de volar, de cantar, de bailar… ¡Me sentía inmensamente feliz! Después de dar unas cuantas vueltas por casa decidí guardar la llave dentro de mi bolso, serenarme un poco y comenzar mi día como si nada de esto me estuviera ocurriendo. Tenía que aparentar normalidad, aunque con lo emocionada que estaba sería casi imposible… El día transcurrió lentamente hasta volverte a ver, ya contaba con ello, pero la recompensa final sería tan agradable que no me importaba esperar un poquito más…
Por fin la hora se fue aproximando, abrí el armario intentando decidir qué ponerme para esa ocasión tan especial, después de un buen rato revisando uno por uno mis vestidos decidí ponerme el más elegante, la ocasión lo requería, no quería llegar al hotel de cualquier modo. No pensé que lo importante en ese momento no era la ropa que llevara, sino que iba a estar nuevamente entre tus brazos… Cuando terminé de vestirme cogí mi abrigo y salí por esa puerta que me separaba de ti, pero esta vez para encontrarme contigo…

jueves, 8 de septiembre de 2011


Traté que el día trascurriese con la mayor normalidad posible y así fue. No sé cómo me comporté con tanta naturalidad, ni yo misma lo creía… A pesar de todo no pude sacarte de mis pensamientos, pero pude disimular.
Al día siguiente me desperté con unas ansias locas de volver a verte, no sabía si tendrías que pasar por casa a entregarme el correo. De todos modos me levanté con la esperanza de que ocurriese, recogí la casa, me preparé el desayuno y… sonó el timbre. Todavía estaba sin vestir, pero tenía tantas ganas de volver a verte que en esos momentos no me importó. Salí apresuradamente al hall y abrí la puerta… Como siempre allí estabas tú, con tu encantadora sonrisa y aquella mirada llena de ternura y amor que te caracterizaba…
-¡Juan!
-¡Hola mi amor!- dijiste susurrándome al oído.
Entraste y cerraste la puerta. Una vez dentro me abrazaste como si hubieran pasado siglos desde la última vez que nos vimos… Yo, ni qué decir tiene, me sentí la mujer más feliz de la tierra. En tus brazos no había nada que temer y nada podía hacerme daño…
-Lucía, he pasado toda la noche recordando cada uno de los minutos que pasamos juntos, ahora sé que no podría estar separado de ti ni un solo día. Estoy más decidido que nunca a compartir el resto de mi vida contigo…
-¡Mi amor! ¡Yo sería tan feliz a tu lado…!
-¿Cuándo podremos vernos de nuevo?
-No sé Juan, escaparme toda una noche no creo que pueda, de momento, y no creo que sea bueno para ti…
-¿Y si solo son unas horas? ¡Con pasar unas horas a tu lado me conformo…!
-De acuerdo, Juan, piensa en algo y mañana intentamos vernos de nuevo.
Rodeaste mi cintura con tus fuertes brazos y me besaste tiernamente. Nuevamente nos despedimos hasta el día siguiente, en el que nos volveríamos a encontrar para regalarnos lo más hermoso que ambos teníamos, nuestro amor… 
Eran las nueve de la mañana cuando subimos al coche para regresar a nuestra realidad, durante todo el camino no dejaste de recordarme todo lo que sentías por mí y sobre todo lo que sufriste en aquella ocasión en la que decidiste distanciarte durante un tiempo para tener plenamente seguridad de lo que sentías. Tus ojos me miraban con una gran ternura y yo acariciaba tu cara con un amor inexplicable…
Llegó el momento de separarnos, nos detuvimos a la entrada del pueblo y yo me bajé del coche.
-¡Lucía! ¡Te quiero!-dijiste mientras me alejaba.
Yo volví la vista hacia ti y te sonreí. Seguí caminando rápidamente para no llegar demasiado tarde a casa. Durante el camino iba recordando todos los instantes que habíamos compartido, me sentía realmente en una nube, pero, cuando abrí la puerta de casa, los remordimientos acudieron a mi mente. No estaba nada bien lo que había sucedido, antes de que todo esto ocurriera debíamos haber zanjado nuestras anteriores relaciones… Pero en esos momentos tomé una decisión: no dejaría que nada ni nadie me arruinara la felicidad que había sentido al estar a tu lado, ya era hora de ser egoísta y pensar, por una vez en mi vida, únicamente en mí…

jueves, 25 de agosto de 2011



La noche pasó en un suspiro, amanecimos abrazados contemplando el amanecer que nos mostraban aquellos ventanales. Fue la mejor noche que he pasado en toda mi vida, estar entre tus brazos me hizo realmente feliz… No era necesario decirnos nada, nuestras miradas y abrazos  lo decían todo. Hubiera congelado esa noche para el resto de mi vida…
 -Juan debemos marcharnos.
-¡Por favor Lucía, quedémonos un rato más! Me cuesta pensar que tenemos que separarnos, las horas que falten para volvernos a ver se me harán eternas. ¡Soy tan feliz en este momento…!
Permanecimos una hora más en esa preciosa habitación amándonos como si esa fuera la última vez que lo haríamos, gracias al cielo no fue así, solo se trataba del comienzo de una gran historia de amor…

lunes, 8 de agosto de 2011






 Cuando la puerta se abrió descubrí aquel maravilloso lugar que habías preparado para mí… Un camino de pétalos de rosas nos condujeron hacia una preciosa habitación decorada con mimo, contaba con una amplia cama cubierta por una colcha blanca y unos mullidos almohadones con puntillas,  también había un confortable sofá frente a una chimenea que ya estaba encendida. A la izquierda de la cama unos grandes ventanales mostraban el mar, delante de estos, sobre una pequeña mesita, estaba preparada una botella de champagne y dos copas…
Todo era tan increíble que parecía estar soñándolo. Cuando mis ojos recorrieron cada uno de los detalles de aquel lugar te miré, estabas parado, junto a la puerta observándome, tus labios dibujaban una gran sonrisa y tus ojos expresaban tanto amor…, nunca antes nadie me había mirado de ese modo… ¡No podía ser más feliz…! Tus manos me cogieron por la cintura y me empujaron hacia dentro, me ayudaste a quitarme el abrigo y me invitaste a sentarme en el sofá. Descorchaste la botella de champagne y brindamos…
 Acariciaste mis mejillas, me cogiste en brazos y me llevaste hacia la cama. Yo no pude pronunciar una sola palabra, estaba exhausta, te amaba tanto que me parecía estar en el cielo. Con mucho cuidado, y más amor, comenzaste a amarme apasionadamente y yo me entregué por entero a ti.  Todos los poros de mi piel se impregnaron del aroma de tu cuerpo, ahora eras realmente mío y yo ciertamente tuya...

Durante todo el día estuve pensando en ti, la verdad es que ya estaba acostumbrada a hacerlo, pero ahora tenía un motivo poderoso para retenerte en mis pensamientos. A pesar de que el remordimiento acudía a mí, no podía dejar de imaginarme cómo sería este nuevo encuentro entre los dos después de tanto tiempo…  La hora se iba aproximando, me preparé con la ilusión de una chica de quince años ante su primera cita, me miré al espejo, retoqué mi maquillaje,  cogí mi bolso y salí a encontrarme contigo.
 Los nervios se iban apoderando de mí, estaba tan emocionada que no podía controlar esa explosión de felicidad que me poseía… Ya faltaba muy poquito para estar nuevamente a tu lado, detuve mi caminar durante unos segundos, respiré profundamente y continué andando hasta donde habíamos  quedado. A pesar de la oscuridad de la noche, vi tu coche a lo lejos. Al verme llegar saliste de él para recibirme,  te acercaste a mí y me sonreíste…
-¡Lucía!
Abriste la puerta del coche y me invitaste a subir. Desde dentro te observé mientras recorrías el corto camino que llevaba de mi puerta a la tuya y descubrí lo realmente guapo que ibas. Aunque no lo creas, esa noche estabas realmente atractivo… Cuando entraste al coche pusiste tu mano sobre la mía, me miraste a los ojos durante unos segundos y dejaste caer un tímido ``te quiero´´.  Te parecerá mentira, pero me ruboricé.
 Pusiste el coche en marcha y nos alejamos de allí, fuimos rodeando la costa hasta llegar a una pequeña casita que tus padres tenían en una villa cercana al pueblo, yo no tenía conocimiento de su existencia, ni tampoco de donde me llevarías aquella tarde, fue una grata sorpresa para mí…
Al llegar saliste del coche rápidamente, galantemente abriste la puerta, extendiste tu mano hacia mí para ayudarme a salir y me besaste en los labios tímidamente. Cogidos por la cintura  andamos hacia la casa…

domingo, 7 de agosto de 2011

Era viernes sobre las doce de la mañana cuando llamaron a la puerta, fui a abrir sin imaginarme que detrás de ella estabas tú. Habían pasado tantos días sin tener noticias tuyas que al final me acostumbré a tu ausencia.
-¡Juan!
Pasaste a casa y cerraste la puerta. Tus ojos no dejaban de mirarme y comenzaste a sonreír. Sin decir una palabra te abalanzaste sobre mí y me abrazaste, mientras lo hacías me susurrabas al oído lo que tantas veces había deseado oír de tus labios…
-¡Lucía, te he echado tanto de menos…! ¡Te quiero tanto…!
Me abracé a tu cuerpo como si temiera que algo o alguien fuera a apartarte  de mi lado. No quería separarme de ti ni un solo momento, después de tantos días habías vuelto a mí y yo deseaba quedarme junto a ti eternamente. ¡Nos dijimos tantas cosas sin pronunciar ni una sola palabra….!
Por unos instantes tus manos acariciaron mi rostro y tus labios se posaron sobre los míos. Un gran escalofrío recorrió mi cuerpo y me hizo estremecer, ninguna otra cosa podría haberme devuelto la felicidad que en esos momentos sentía…
-¡Lucía, no me castigues con tu ausencia… quiero estar junto a ti! Todo este tiempo que hemos estado separados me ha servido para comprender que sin ti no soy nada, necesito tenerte cerca de mí para poder seguir viviendo.
-¡Has sido tú el que me ha castigado a mí alejándote de mi lado…! ¡He estado esperando tu regreso y gracias a Dios has vuelto a mí!
-¡Perdóname mi amor, juro que no me alejaré nunca más de ti!
Te miré a los ojos y pude ver en ellos la verdad de tus palabras. Ahora sí estaba segura de todo lo que habías sufrido al alejarte de mí, comprendí que no fui yo la única que lo había estado pasando mal durante tanto tiempo… El teléfono sonó y tuvimos que despedirnos. Mientras sujetabas mi mano, con la celeridad de marcharte, me propusiste vernos esa misma tarde. Yo, como no, accedí. Después de encontrarme nuevamente contigo no podía negarme a volverte a ver…

sábado, 6 de agosto de 2011


Los días pasaban, no tenía noticias de ti. Ya no llamabas a mi puerta cuando traías el correo, te limitabas a pasarlo por debajo de la puerta. Yo no quise en ningún momento estar al acecho para verte, pensé que debías de ser tú quien diera ese paso, pero no lo hacías.  El dolor que sentía por no tenerte a mi lado cada vez era más fuerte, no había nada que lo mitigara. Estaba realmente desesperada… Cada vez me convencía más de que te habías olvidado de mí, te imaginaba junto a tu familia intentando recomponer lo que yo ayudé a destruir con mi locura. A pesar de mis esfuerzos, no dejaba de pensar en ti, te amaba más de lo que nunca hubiera imaginado, pero era consciente de que todo había acabado. ¡Cuánto te echo de menos mi amor! ¡Cuánto dolor contenido! Me preguntaba una y otra vez si había actuado bien al dejarte marchar, pero no obtenía ninguna respuesta que calmara mi espíritu.
De lo único que estaba segura era de que mi vida no tenía sentido si tu no estabas en ella, pero tenía que luchar por la familia que tenía a mi lado y debía hacerles creer que me sentía feliz. Sí, mis hijos eran lo más grande que la vida me había dado, pero me faltaba lo único que me hacía sentirme viva: tu amor, Juan.

sábado, 30 de julio de 2011


La tarde antes de mi cumpleaños estaba sola en casa, no me sentía bien, en mis pensamientos seguías tú, no podía dejar de revivir lo que días atrás habíamos compartido. En lugar de sentirme feliz por guardar dentro de mí esos recuerdos, cada vez me hacían más daño. No hacía más que preguntarme por qué nunca podría llenar mi vida con el amor más puro que había sentido, por qué tenía que acabar todo lo que me hacía verdaderamente feliz. Seguramente la felicidad no era para mí, debía conformarme con haberla tocado al menos con las yemas de mis dedos. Otras personas quizás no hayan tenido esa oportunidad… Al menos conocí lo que es amar, aunque durase tan poco tiempo.
Al día siguiente me levanté completamente derrotada, sabía que las cosas ya no volverían a ser igual, necesitaba verte y tocarte, en definitiva tenerte cerca de mí. Estaba completamente segura que si no volvías a estar a mi lado mi vida carecería de sentido, tú eras el motivo que yo tenía para seguir viviendo, eras la fuerza que me empujaba para seguir adelante, eras el mejor regalo que me dio la vida… y te estaba dejando ir.
No existía un minuto del día en el que no te tuviera en mi mente, me costaba un esfuerzo enorme no pensar en ti. Soñaba con tu mirada, con tu sonrisa, con tu voz. ¡Dios mío! ¡Necesitaba tanto estar contigo! ¿Qué sería de mí si no estabas a mi lado? Te sentía tan dentro de mí que me dolía el alma cuando no te tenía cerca…
Me disponía a salir de casa, abrí la puerta y al ir a salir te encontré de frente…
-¡Juan!
Me quedé paralizada mirándote, había deseado con desesperación volverte a ver y no pude reaccionar…
-¡Hola Lucía!- respondiste con voz temblorosa.
Te invité a pasar, tú, reticente, lo pensaste unos segundos, pero al fin entraste en casa. Yo entorné la puerta y me coloqué a tu lado. Coloqué mis manos sobre las tuyas y dirigí mi mirada hacia la tuya buscando un poco de tu verdad.
-Juan, ¿por qué estas así? ¿Qué es lo que te ocurre?
En ese momento apartaste tu mirada de la mía y tomaste aire. Pensé que no serias capaz de decir nada, o lo peor, que alguna mala noticia saliera de tus labios. Moviendo la cabeza de un lado para otro me respondiste…
-Lucía, no sé por dónde empezar.
Yo comencé a temblar, temía que ya no quisieras saber nada de mí.
-¡Ya no sientes nada por mí! ¿No es eso?-dije con la voz rota.
-¡Cómo no sentir nada por ti! Ya te dije que te amaba más de lo que debiera.
-¿Entonces?
-Pues que veo que dudas tanto de todo, que en el fondo me has hecho reflexionar todavía más acerca de lo que nos está ocurriendo. He intentado alejarme para comprobar lo que en el fondo siento. He reflexionado mucho, mucho…
-¿Y…?
-Pues que me di cuenta de que yo sigo sintiendo exactamente lo mismo por ti. O quizás más cada día.
Yo suspiré profundamente, pero observé que no acababan aquí mis preocupaciones…
-Juan, yo…
-Déjame seguir hablando… No estoy muy seguro de lo que tú quieres realmente. Mi intuición me dice que no estás dispuesta a renunciar a todo para empezar conmigo una nueva vida y eso es lo que me hace dudar acerca de nuestra relación. No estoy dispuesto a seguir así, ocultando lo que creo que ambos sentimos y escondiéndonos ante los demás… Si hemos de seguir adelante será con todas las consecuencias, si no, debemos dejarlo…
Cerré los ojos por unos segundos, todo mi cuerpo temblaba, tenía miedo de perderte pero a la vez me aterraba zanjar de un plumazo la vida que había llevado hasta el momento.
-Juan, hay muy pocas cosas de las que estoy segura… Solo sé que te quiero con toda mi alma y no quiero perderte.
Tomaste mi barbilla con tus manos e hiciste que nuestras miradas se encontraran. Unas incipientes lágrimas brotaban de mis ojos y con tus manos las secaste… No tardamos más de dos segundos en abrazarnos con ternura. Yo no quería que te alejaras de mí, pero me faltaba el valor necesario para seguirte…
-Lucía, cuando realmente estés dispuesta a seguirme házmelo saber. Yo te estaré esperando…
Te dirigiste hacia la puerta, me adelanté  y  apoyada en ella no dejé que te marcharas.
-Juan, no dejaré que te marches sin antes haberme escuchado.
Tu rostro seguía serio, no sabías hacia dónde dirigir tu mirada.  Yo sentía que en ese momento no estabas seguro de si era mejor escucharme o salir corriendo, pero ahí te quedaste…
-Sé que es difícil seguir así, también sé que dudas sobre lo que yo siento. Pero créeme que mucho más triste es vivir sin la persona a la que se ama. Yo nunca podía imaginar que llegaría a sentir lo que por ti siento, es lo más fuerte que me ha ocurrido en mi vida. Ninguna  vez me he visto en esta situación, jamás he amado a otro hombre que no fuese mi marido, nunca he estado con nadie más y deberías entender que, en algunos momentos, dude de todo y no sea capaz de tomar una decisión cuando creo que esta llegará a cambiar tantas vidas. Sabes que no sólo cambiará la tuya y la mía…
Seguías serio, triste y dudando de mis palabras.
-¡Juan, te quiero! No me cansaré nunca de decírtelo y desearía proclamarlo a los cuatro vientos. Has sido para mí la razón más poderosa que he tenido para seguir adelante, el mayor motivo para vivir, tú sin saberlo has cambiado mi vida, he vuelto a descubrir contigo lo que es la felicidad… ¿Crees que después de esto voy a dejar que te alejes de mi lado?
Me aparté de la puerta, ahora debías elegir, era tu turno…
-Lucía, sigo pensando lo mismo que hace unos momentos. Cuando estés segura de lo que realmente quieres házmelo saber. Ahora tengo que marcharme. Adiós Lucía…
Por unos minutos me quedé paralizada observando cómo te alejabas de mi lado, cruzaste la puerta en silencio y  no tuve fuerzas para detenerte, comprendí que quizás era mejor dejarte marchar y  que el tiempo borrase de nuestros corazones aquello que habíamos  sentido con tanta fuerza.  Cuando reaccioné ya era demasiado tarde, cerré la puerta de casa y me derrumbé. Presentía que este era el final de nuestra pequeña historia de amor…

A la mañana siguiente apareciste por casa, esta vez tu rostro no denotaba la felicidad que en otras ocasiones mostraste. Entraste dentro como de costumbre y me entregaste el correo en mano, yo miraba tus ojos, quería encontrarme con ellos pero tu mirada se alejaba de la mía…
- ¡Juan!-dije asombrada, esperando una respuesta a este comportamiento tuyo que no reconocía.
-Hola, Lucía- respondiste con tono serio.-Este es el correo de hoy. Perdona, pero tengo mucha prisa.
Traté de coger tu cara y besarte en las mejillas pero rehuiste y pronunciando  un tímido adiós te acercaste a la puerta.

No sé lo que en esos momentos se te pasaría por la cabeza, te quedaste quieto, mirándome en silencio y te invité a marcharte. Después de todo lo que había pasado entre nosotros no pude comprender cómo de la noche a la mañana habías cambiado tanto. Quizás fui un poco egoísta por no pensar que tal vez algo te habría ocurrido para reaccionar así, no traté de averiguar qué era lo que te sucedía. Simplemente ver como rehuías de aquel inocente beso me hirió de tal manera que no pensé en nada más.
Durante los dos días siguientes no nos vimos, era mejor así. La verdad es que necesitaba estar lejos de ti para intentar poner las cosas en orden dentro de mi cabeza y, mejor aún, en mi corazón… No sé todavía si fue mejor o peor, yo sabía que te adoraba y que te amaba con toda el alma, pero temía que me hubieras engañado, ya no confiaba en todas las cosas hermosas que días atrás me dijiste. Estaba muy confusa y llegué a pensar que era mejor olvidarte y comenzar una nueva etapa en mi vida. Lo nuestro había llegado demasiado lejos, pensé que probablemente te habías  arrepentido de estar a mi lado,  que habías recapacitado y no querías estar lejos de los tuyos. Yo lo habría entendido si me lo hubieras contado… Incluso  llegué a comerme la cabeza con la idea de que tal vez yo era la culpable de que te fijaras en mí, de que hubieses estado engañando a tu mujer… Me sentí tan mal en aquellos momentos que pensé que mi comportamiento con respecto a ti y a mi marido había sido sucio y mezquino. Con respecto a ti porque tal vez te pude haber embaucado para que pusieras tus ojos en mí y con mi marido por haberle ocultado, durante tanto tiempo, que me había enamorado de otra persona.  No consideré en ningún momento que contra el amor difícilmente se puede luchar y olvidé que cuando te descubrí en mi vida fuiste el gran regalo que Dios me había enviado para ser por fin feliz…
Después de todas estas reflexiones llegué a la conclusión de que lo mejor era dejar de pensar, debía olvidar todo y retomar mi vida. Tendría que hacer algunos cambios y sobre todo comenzar una nueva etapa en la que yo misma me quisiera un poco más de lo que hasta el momento me había querido. Fue muy duro tomar esta decisión, tanto que mi estado de ánimo volvió a ser el que meses atrás había tenido, comencé a decaer, mi vida empezaba de nuevo a no tener sentido. Sabía que sin ti a mi lado todo volvería a ser triste y tuve miedo de llegar a sentir otra vez esas ganas de abandonar esta repugnante vida. Debía luchar contra viento y marea para que esto no ocurriera, pero me asustaba no tener fuerzas para lograrlo…
Sobre las diez de la mañana llegaste a casa a entregar el correo como de costumbre. Cuando sonó el timbre un cúmulo de sentimientos renacían en mí. Por un lado el deseo incontrolado de volver a verte, por otro el pavor por lo acontecido aquella tarde. Tenía miedo de mi reacción, no sabía cómo comportarme después de lo sucedido. A pesar de eso, decidí abrir la puerta, ¿cómo no hacerlo con las ganas que tenía de volver a verte?
-¡Juan!-dije temblorosa y observando tu radiante sonrisa.
-¡Hola Lucía!- respondiste mientras pasabas a casa.
Cuando cerré la puerta acariciaste mi rostro y me abrazaste con ternura. Me refugié en tus brazos como un pequeño lo haría en el regazo de su madre. ¡Hubiera dado cualquier cosa por quedarme así para siempre! ¡Qué pena no poder demostrar al mundo entero todo lo que sentimos el uno por el otro! El amor, aunque en nuestro caso no debería haber surgido, bajo ningún concepto  debería estar prohibido. Es tremendamente duro amar a quien no debes, pero ¿quién puede poner barreras ante ese sentimiento? ¿Quién es capaz de dejar de amar por que sí, de la noche a la mañana, cuando es lo más grande que hemos conocido? Yo intenté por todos los medios que esto no ocurriera y fracasé.
-¿Qué tal estás mi amor? ¿Cómo pasaste la noche?
-Echándote de menos, Juan. Me costó mucho alejarme de ti…
-¿Te das cuenta ahora de lo que yo siento? Cuando yo te decía que no podía vivir sin ti y que necesitaba estar a tu lado…
Cogí tu cara entre mis manos…
-Juan, ¡te quiero tanto…!
-Yo también te quiero, mi vida. Más de lo que puedas pensar… ¡Tengo tan claro que no puedo vivir sin ti, que voy a dar el primer paso…! No esperaré más, hablaré con mi mujer, estoy decidido…
-¡Por favor, Juan! ¡Yo no quiero ser el motivo del dolor que les vas a causar…!-dije con lágrimas en los ojos.- ¡Espera un poco más, por favor!
-¿Esperar? ¿Qué debo esperar? ¡Sólo soy feliz cuando estoy a tu lado! Eso nada ni nadie podrá cambiarlo.
Dejé de mirarte por unos segundos, tú tomaste con tus dedos mi barbilla e hiciste que alzase mi vista hacia ti.
-Lucía-dijiste con un tono más dulce- sabes que lo que siento por ti es verdadero. ¡Por mucho tiempo que pase, por muchos esfuerzos que haga por alejarme de ti, nunca lo conseguiré!
-Juan, yo no estoy segura de querer seguir con esto- dije dirigiendo mi mirada hacia el suelo…
-¡No puede ser que estés diciendo esto ahora! ¡Dime que no es lo que realmente sientes!
En esos momentos no sabía a ciencia cierta qué sería lo mejor para los dos. Todo había ocurrido tan rápido que me asustaba pensar en todas las consecuencias de nuestros actos. Estaba echa un lío. Por un lado soñaba con estar a tu lado, por otro, no quería dejar atrás mi pasado. Yo no había sido educada para llevar una vida así, tenía que sacrificar mi felicidad por el bien de los demás. No debía permitirme ser feliz dañando a los otros, era mejor que fuese yo la persona que debía sufrir…
-¡Mi amor! ¡Claro que no es eso lo que siento! Pero hay algo en mí que me frena…
De pronto me abrazaste con gran fuerza, como si algo fuera arrebatarme de tus brazos.
-¡No me dejes! ¡Por favor, no me dejes! –dijiste sollozando.
-¡No, mi amor! ¡No lo haré! ¡Pero, por favor, ten paciencia!
Tenías que marcharte, yo no quería que te fueras triste, te amaba demasiado como para herirte. Tomé tu cara con mis manos y te besé. Cuando me miraste te sonreí…
-Mañana nos vemos. ¿De acuerdo, Juan?
-De acuerdo, Lucía.
Con paso firme te alejaste de mi casa, sabía que mis palabras te habían herido y no podía hacer nada para remediarlo. Era demasiado fuerte todo lo que me estaba ocurriendo, estaba tan enamorada de ti que alejarme de tu lado suponía un profundo dolor. Sentía que había llegado el momento de elegir, de tomar la gran decisión de mi vida…  

domingo, 17 de julio de 2011

De camino a casa dos sentimientos se apoderaban de mi corazón, el primero me hacía inmensamente feliz por haberme entregado a ti por entero y el segundo ensombrecía aquel apasionado momento  por haber sido infiel a Luis. De todos modos nada podría hacer que me arrepintiera de haber obrado así, pues te llevaba tan dentro de mi alma y durante tanto tiempo que abandonarme en tus brazos era lo que tarde o temprano tenía que ocurrir…
Llegué a casa sobre las nueve, todavía no habían llegado ni los niños ni Luis. Tuve tiempo de darme una ducha y preparar la cena. Mi mente no estaba allí, me sentía tan culpable...
Lamentaba que el dueño de mi corazón no fuese  mi marido…      
Cuando llegaron todos cenamos como cualquier otro día, con la única diferencia que yo estuve ausente durante toda la cena… Mi mente estaba junto a ti, Juan, me llevaba a recordar cada uno de los momentos que aquella tarde habíamos vivido juntos. Recordaba la dulzura con que tus manos me acariciaban y el amor con el que tus brazos me acogieron en tu regazo, esos instantes que nada ni nadie conseguirán borrar de mi corazón. Nadie se percató de mi ausencia, hoy no solo fue un día especial para mí, todos tenían algo importante que contar y sobre lo que hablar esa noche. Cuando recogí la cocina les di un beso de buenas noches y opté por acostarme, necesitaba estar a solas. Ellos no podían imaginar lo que me estaba ocurriendo y, la verdad, era mejor que no lo supieran…
No pude conciliar el sueño durante toda la noche, si antes no te conseguía arrancar de mi mente, ahora mucho menos. Cada vez la necesidad de estar junto a ti era más fuerte, estaba llegando a un punto en el que reconocía realmente que si no era a tu lado no merecía la pena vivir. Las horas pasaban tan lentamente…
A la mañana siguiente intenté continuar de nuevo con mi vida, cada vez era más difícil, pues el amor que sentía por ti iba creciendo, más y más, muy rápidamente. No quería sentir lo que en esos momentos sentía, pero ¿quién controla el amor…?

domingo, 26 de junio de 2011



Por fin llegó la hora de nuestro encuentro, intenté arreglarme para ti, estaba tan emocionada que no sabía que ponerme… El cielo amenazaba lluvia, pero no me importaba. Escogí el mejor vestido que tenía y salí decidida a encontrarme contigo. Anduve todo lo deprisa que pude, con una inusual impaciencia. Por el camino sólo pensaba en ti, no dudé ni un momento que lo que quería era aprovechar al máximo el poco tiempo que tenía para estar a tu lado… No tardé ni quince minutos en llegar, tú ya estabas allí esperándome. Bajé por las rocas y  acudiste a mi encuentro. Frente a mí me sonreíste, tomaste mi mano y sin decir nada comenzamos a caminar por la orilla de la playa. Me sentía tan feliz que parecía que caminaba entre las nubes, te tenía tan cerca y ¡solo para mí! Nuestras manos, enlazadas con fuerza, demostraban el amor que sentíamos el uno por el otro… De pronto el sol se escondió entre las nubes negras, dejando éstas escapar sus primeras gotas de lluvia. Tiraste de mí con firmeza y me llevaste corriendo al final de la cala. Allí había una pequeña cueva enclavada en las rocas, entramos y nos refugiamos de la tormenta…
-¡Cómo llueve!- dijiste mientras me abrazabas.
Ambos estábamos de pié, contemplando la furia con la que el agua  caía. Tú detrás de mí, sujetándome por la cintura y yo acariciando tus fuertes y protectores brazos.
La cueva solo se iluminaba con los rayos de la tormenta, el silencio únicamente lo rompía  el sonido de la lluvia y el rugir de las olas embravecidas. No tuve miedo en ningún momento porque estabas conmigo. ¡Jamás me sentí tan protegida! Tus brazos me rodeaban  con tanta fuerza que  sentía tu cálida respiración sobre mi espalda. Pasados unos minutos me diste la vuelta y me colocaste frente a ti, tomaste mi barbilla con tus dedos y me besaste en los labios con ternura. Mirándome a los ojos comenzaste a desvestirme con una dulzura tan especial que no dudé un solo momento en entregarme por entero a ti. Nos amamos con una pasión desmedida… En esos momentos me consideraba la mujer más feliz de la tierra, nunca antes me había sentido así, fue lo mejor que me había pasado en toda mi vida…
Una hora más tarde la lluvia cesó, ya era momento de despedirnos. Antes de salir de aquel lugar nos besamos por última vez, cogidos de la mano caminamos hacia la salida de la cala y me ayudaste a subir aquellas escarpadas rocas.  Esperaste a que me alejara de allí para luego marcharte tú…

viernes, 24 de junio de 2011



Después de aquel encuentro todos los días eran iguales, simplemente trataba de vivir como antes  lo había hecho, pero ya era imposible. Sentía el olor de tu cuerpo por todos los rincones de mi piel, no podía borrarte de mis pensamientos… ¡Era imposible! Durante el tiempo que pasábamos separados seguía intentando, una y otra vez, olvidarte, pero no lo conseguía. Solo, en tu ausencia, se hacía más patente que te amaba… Muchas veces llegué a preguntarme qué era lo que había descubierto en ti que tanto me había cautivado, sabía que no era tu físico, porque aunque no eras mal parecido tampoco destacabas por él. Fue tu belleza interior la que me enamoró y, sobre todo, la manera de tratarme. ¡Dios Santo, cómo te quiero!
Tras varios días sin ti ansiaba volverte a ver, me conformaba con tenerte cerca de mí unos minutos, sabía que eso era lo único que me daba fuerzas suficientes para seguir viviendo… Eran las diez de la mañana y ya estaba impaciente por tu llegada, temía que por alguna circunstancia que te lo impidiera no pudieras pasarte por casa… ¡Qué nervios! Necesitaba tanto verte como el aire para respirar… Durante el desayuno no paré de mirar el reloj una y otra vez, el tiempo corría y yo me desesperaba cada vez más. Por fin, sobre las once, llamaste a la puerta….
-¡Juan!-dije con ansia.
-¡Hola Lucía!-respondiste mirándome a los ojos.
Entraste en casa y  sin decir ni una sola palabra más me abracé a tu cuerpo, necesitaba tanto sentirte cerca de mí que esta vez me dejé llevar. Oler el perfume que desprendía tu piel, sentir tu respiración cerca de mí  me llenaba de energía para seguir adelante en tu ausencia. No dijimos ni una palabra, simplemente poder estar pegada junto a ti durante unos minutos ya me llenaba de satisfacción…
-¡Lucía, mi amor!
-¡Necesitaba tanto estar contigo…!
Besaste mi mejilla y me cogiste de las manos…
-¿Quieres que nos veamos esta tarde en la cala?-dijiste susurrando…
-¡Claro que sí!
-Muy bien, cariño…Allí nos encontraremos.
Te marchaste con una sonrisa en los labios y mirándome con ternura… Eras para mí lo más grande que tenía, te amaba tanto,  que en esos momentos te habría seguido al infierno si hubiera hecho falta. Solo tenía que esperar unas pocas horas para volver a estar contigo, pero la espera cada vez se hacía más dura… 
Esa noche me costó dormir más que nunca. No dejé de pensar en ti ni un minuto, la desesperación se apoderó de mí, traté de no pensar en nada pero era imposible. En mi cabeza rondaban tantas cosas que no me permitían descansar. Tenía miedo de que Luis se diera cuenta y tratase de averiguar el motivo de mi desvelo… Todavía no estaba preparada para hablar con él, en el fondo me daba tanta pena hacerle daño… A pesar de que estaba tan segura que a su lado ya no podría ser feliz, algo me hacía esperar y no sabía el porqué. Por un lado sentía que si no le hacía participe de mis sentimientos le estaba engañando, por otro pensé que de ese modo le ahorraría un gran sufrimiento, porque aunque no se portara bien conmigo, en el fondo me quería… Posiblemente todo se debía a mi cobardía, quizás tenía miedo a cerrar esa etapa de mi vida, a romper con todo…
Tras darle tantas y tantas vueltas al mismo asunto pensé que era mejor salir a tomar un poco de aire fresco, preparé el desayuno para mi familia y me marché, no sin antes dejarles una nota para que no se preocuparan. Cogí mi chaqueta y bajé por la plaza, cuando anduve unos metros me encontré de lleno contigo.
-¡Juan!
-¡Lucía! ¿Qué haces por aquí?
Manteníamos la distancia, no había apenas gente por la calle, pero debíamos de tener cuidado, aunque nuestras miradas no podían disimular la alegría que ambos sentíamos al vernos…
-Nada, necesitaba tomar un poco el aire…- me miraste extrañado.
-¿Te ha pasado algo?
-No, no… Simplemente tenía necesidad de salir.
-Tengo que marcharme a trabajar. ¿Estarás en casa?
Asentí con la cabeza y me marché… Al llegar, no tenía ganas de nada, estaba tan cansada por no haber dormido en toda la noche, que lo único que me apetecía era recostarme sobre la cama y descansar. Así lo hice y, como no, me quedé dormida. Pasaron unas dos horas cuando el sonido del timbre me despertó. Casi sin poder hacerme viva me levanté y me dirigí hacia la puerta…
-¡Vaya cara, Lucía!- dijiste sonriendo.
-Pasé mala noche, la verdad es que me he quedado dormida sin apenas darme cuenta…
Extendiste tu mano y me acariciaste.
-Esto nos está matando… ¿no es cierto?
 Apenas tenía ganas de hablar, pero teniéndote a mi lado era imposible no hacerlo. Siempre he querido aprovechar todo el tiempo que pasaba junto a ti, era como un regalo tenerte y no deseaba perderlo. Como casi no me tenía en pie te invité a pasar a casa, los niños no estaban y faltaba más de tres horas para que Luis regresara. Te cogí de la mano y estiré de ti hacia el salón. Una vez allí hice que te sentaras en el sofá y yo me senté a tu lado. Sin decir ni una palabra te acercaste a mí y nos besamos apasionadamente. ¡Habría dado un año de mi vida para que ese momento no acabara nunca! Tus ojos brillaban de una manera especial y tu rostro se había llenado de ternura. No tengo palabras  para describir lo que en ese instante llegué a sentir, era algo que nunca  había experimentado…
-Lucía, necesito estar más cerca de ti. No me bastan unos minutos al día para sentirme bien. Te necesito a mi lado…
Opté por no decirte nada, simplemente te miré a los ojos y te abracé. Al cabo de unos minutos nos despedimos, tenías que ir a trabajar y yo debía dedicarme a realizar mis tareas diarias en casa. Cuando te marchaste un gran vacío se apodero de mí, no sabía qué me estaba ocurriendo. Simplemente el hecho de pensar que volverías a casa con tu mujer me consumía, sentía verdaderos celos de ella, no me bastaba con saber lo que sentías hacia mí, quería tenerte y no compartirte con nadie. ¡Me sentía tan triste cuando no te tenía a mi lado…!
Cada día le preguntaba a Dios en lo más profundo de mi corazón por qué me había pasado esto a mí, reconocía que el encontrarte fue un regalo, pero el no tenerte me hundía en la más profunda miseria…
Intentaba no pensar, sólo quería recordar los buenos momentos que pasaba contigo, eso me hacía feliz. Pero cuando ponía los pies en la tierra, la realidad era muy distinta. Sentía que mi vida era una mentira, estaba engañando a todas las personas que quería y eso me dolía. Otra vez volvían a mi mente mis dudas y mi arrepentimiento, cuando miraba a Luis sentía que yo no debía hacerle esto. A pesar de que él no podía hacerme feliz, yo no debía pagarle con esta moneda… Lo de mis hijos era otra cosa,  sabía que tarde o temprano me entenderían, pero Luis… 

jueves, 23 de junio de 2011

A la mañana siguiente, mientras realizaba las tareas de la casa llegaste tú. Mi cabeza estaba hecha un mar de líos, no sabía si abrir la puerta o hacerte creer que no estaba en casa. Tenía tantas ganas de verte que no me pude contener…
-¡Hola Lucía!- dijiste entrando en casa y cerrando la puerta. No tuve tiempo de responderte cuando me cogiste en tus brazos y me diste el mayor beso de amor que nunca me habían dado. Me quedé sorprendida y no supe cómo reaccionar.
-¡Juan, por Dios!
-¿No querías que lo hiciera?- me dijiste sonriendo.
-Pues… no sé.
-Venga, mi cielo. Para bien o para mal, estás en mis pensamientos a cada momento del día… Deberías saber que te quiero y lo que más deseo en esta vida es estar junto a ti.
Acaricié tu cara sin decir nada, las palabras hoy no salían de mi boca… Sólo la ternura que sentía hacia ti era lo único que podía expresar con mis gestos. Tú seguías siendo el motivo por el que me levantaba todas las mañanas y por el que tenía ganas de vivir. Eso no podía ocultarlo. ¡Qué fuerte es todo esto! Y… ¡Qué duro es reconocerlo…!
-Juan, debemos ser más precavidos. Algún día nos daremos un susto…
-Mira, hay momentos en los que no me importaría proclamar a los cuatro vientos nuestro amor. Cada día que pasa me cuesta más no estar a tu lado… Lo que más deseo en el mundo es estar junto a ti. No duermo, apenas como, es una tortura tener que esconder lo que siento. Lucía reconsidera todo lo que hablamos y decídete de una vez. Así es imposible seguir viviendo… Yo te quiero tanto que si la vida no la puedo vivir a tu lado, no quiero vivirla…
-¿Y tú crees que esto sólo te pasa a ti? No sabes las noches que he pasado en blanco muriéndome por no tenerte a mi lado…
-Sí, pero en algunas ocasiones dudo de tus sentimientos… No estoy seguro de lo que sientes por mí…
En esos momentos tapé tu boca con mis dedos y no te dejé hablar…
-Juan, nunca te he contado que para mí has sido un ángel. He llegado a pensar que Dios te puso a mi lado para, entre tanta desdicha, hacerme feliz… Eres la única persona que llena de alegría mi vida, si tú no estuvieras, si no te tuviera… ¡No sé qué sería de mí…! ¡Dios mío, si tú supieras lo importante que eres para mí!
-Mi vida, ¿y por qué esperar?-dijiste mirándome a los ojos.
-No sé, Juan… Tal vez porque debemos estar realmente seguros, sabes que no somos libres…
-¡Volvemos a lo mismo! Sabes que yo sí estoy realmente seguro… ¡No tengas miedo!
-Sólo esperemos un poco más ¿de acuerdo?
Cogiste mi cara entre tus manos resignado…
-De acuerdo Lucía, esperaré…
Cruzaste la puerta de casa una vez más y yo la cerré suspirando, porque no sabía cuándo sería la próxima vez que te volvería a ver… Separarme de ti, aunque sólo fuese por un día, suponía una triste agonía. Cada vez era más fuerte el deseo de tenerte cerca. Lo único que me reconfortaba era  pensar que tú también me amabas y que quizás, muy pronto, podríamos estar realmente juntos tú y yo.
Serian sobre las diez de la noche cuando llegué a casa, allí sentado en la sala me esperaba Luis, su cara no expresaba felicidad, estaba muy disgustado por no haberme encontrado allí a su llegada. Sinceramente en ningún momento mostró preocupación por mí, más bien era el egoísmo de no tener la cena preparada lo que le molestaba. Con gran rapidez preparé su cena como si nada hubiera ocurrido, mientras tanto mis pensamientos me llevaban junto a ti, nada me hacía más feliz que recordar los instantes que había pasado a tu lado… En casa todo era malos royos, nunca pude encontrar la paz que siempre necesité para vivir, siempre tenía que medir mis palabras o mis actos para que todo se desarrollara con normalidad… Ya estaba cansada de eso, y aún así, me apenaba el daño que iba a causar con mi marcha. Quizás es que soy demasiado cobarde para romper con la monotonía del pasado y comenzar una nueva vida…
Esa misma noche tomé una decisión. Debía hablar con Luis muy seriamente, tenía que explicarle  cuáles eran mis sentimientos hacia él, era necesario no callar más. Vivir como lo estaba haciendo no me aportaba felicidad, tan sólo angustia y desesperación. No podía seguir así, si lo hacía no solo le estaría engañando a él, sino  a mí misma. Sabía que las cosas con Luis nunca iban a cambiar, tenía muy claro que estábamos en una situación cómoda para los dos, sobre todo para él. Quedándome a su lado no podía esperar nada de la vida, me sentía terriblemente vacía, sin ilusión. Solo tenía que encontrar el momento oportuno y poner las cartas sobre la mesa, para mí era terrible tener que sincerarme de esa manera, no quería hacerle daño, pero ya era hora de dar el giro a mi vida que tantos años había estado esperando. Juan, tu no fuiste el desencadenante de esta situación, era algo que ya se venía preparando desde hacía mucho tiempo…

Durante todo el día permanecí en casa, intenté comportarme con normalidad, que nadie notara mi inquietud por aquella situación que me sobrepasaba. Creo que fue inútil, todos se percataron de que algo me ocurría. Nunca he podido ocultar nada, y ahora no iba a ser la primera vez que lo hiciera.
Sobre las siete y media salí  en dirección al lugar pactado. Mis piernas casi no me sostenían, me asustaba que alguien descubriera mi encuentro contigo. ¿Qué pasaría si eso ocurría? Me aterraba pensarlo… Aceleré el paso y traté de no transitar por las calles más concurridas… Un cuarto de hora más tarde ya había llegado. Para acceder a la playa tenía que bajar por unas pequeñas rocas, cuando me dispuse a ello noté tu presencia justo detrás de mí.
-¡Vamos, Lucia!
Me giré y ahí estabas tú. Mi corazón se aceleró al ver tus ojos, que en esta ocasión tenían un brillo especial, y al observar que  tus labios sonreían como nunca antes lo habían hecho…
Me tomaste de la mano, caminamos hasta la orilla y allí apoyados en unas rocas nos sentamos sobre  la arena. Comenzaba a anochecer, prometía ser una noche estrellada, la luna se reflejaba en el mar y la brisa acariciaba nuestra piel dulcemente. Cogiendo mi barbilla comenzaste a hablar…
-¡Tenía tantas ganas de encontrarme contigo…!
-Yo también-dije bajando la mirada.
Aquella situación me hacía sentir un poco incómoda, no sabía qué hacer ni qué decir… Era extraño tenerte a mi lado en otro lugar, algo hacía que me avergonzara. Yo sabía que no me correspondía  estar tan cerca de ti, en esos momentos sentía que le estaba arrebatando a tu esposa su lugar… Me parecía mezquino,  pero al mismo tiempo era realmente maravilloso tenerte solamente para mí…
-Lucía, después de pensarlo muy detenidamente, creo que lo mejor para los dos y sobre todo para ti sea que pida el traslado a la ciudad. Allí podremos comenzar una nueva vida juntos…
-No sé, Juan… No puedo dejar de pensar en todo lo que dejaríamos atrás. Pienso en tu familia, en el dolor que todo esto causará no sólo a tus hijos sino también a tu mujer… Quizás ella no permita que estés cerca de los niños  todo lo que tú desees, y créeme, si eso sucede, tú no serás feliz…
-Todo eso ya lo he pensado, pero es tan grande mi amor por ti que tendré suficientes fuerzas para luchar por ellos a tu lado.
Extendí mi mano y acaricié tu cara…
-Juan, por Dios, piénsalo todavía más. No nos aventuremos, quizás lo nuestro solo sea un espejismo. Posiblemente, cuando vengan los problemas, dejes de quererme como ahora lo haces…
-¡Mi amor!- dijiste abrazándome- ¿Cómo puedes pensar todas esas cosas? Para mí no eres un capricho, llevo demasiado tiempo conociéndote y mi amor por ti no es algo repentino, ni casual.
-¡Sí, pero…!
-No te angusties Lucía, ten la certeza de que te quiero y no eres para mí un pasatiempo. Lo que quiero tener contigo, lo creas o no, lo he meditado profundamente… Prefiero  vivir a tu lado plenamente,  a pesar de todos los problemas que puedan venir al tomar esta decisión, a vivir cómodamente pero sin tenerte junto a mí.
Tomé tu cara entre mis manos y te besé. Nunca había escuchado unas palabras tan bonitas de alguien dirigidas a mí. El reloj corría  demasiado rápido, deseaba estar contigo toda la noche, pero era mucho mejor que nos marchásemos a casa.
-Juan, debo marcharme y creo que tú también deberías hacer lo mismo. Otro día retomaremos esta conversación.
Nos pusimos en pié, me cogiste la mano,  la acariciaste y con un cálido apretón nos despedimos… Yo fui la primera que salió de aquel hermoso lugar, tú te quedaste mirando cómo me alejaba, nadie debería vernos juntos. Aún te recuerdo allí, inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. Me hubiera encantado saber lo que  pasaba por tu cabeza en esos momentos…

lunes, 9 de mayo de 2011


Durante los días siguientes la angustia era mi única compañera. Me resistía a creer que realmente nos habíamos enamorado, intentaba convencerme que solamente se trataba de un capricho. Me volqué de lleno en mi marido, a pesar que él nunca había sabido amarme… Esperaba un cambio en mi vida. Creía, que poniendo de mi parte, conseguiría borrar aquel sentimiento que me consumía. Con lo que no contaba es que el amor es aquello  que nace en nosotros sin haberlo buscado, aparece porque sí y cuando menos te lo esperas. Aunque quieras, por más que te esfuerces, no puedes hacerlo desaparecer. ¡Dios sabe cuánto hice por borrarte de mi vida! Pero, a pesar de todo, seguías en mi corazón…

Pasaron unos días hasta que decidí encontrarme contigo de nuevo, pensé que era el momento de volver a verte. No sabía que iba a sentir al estar otra vez junto a ti, ni lo que tú sentirías después de tanto tiempo. ¡El corazón me latía con tanta intensidad…! No había servido de nada nuestra breve separación, mi intento de seguir con mi vida  sólo me demostró que te seguía amando. Ahora era el momento de conocer cómo te sentías tú. En el fondo yo seguía teniendo miedo, miedo a perderte y miedo a romper con mi vida anterior. Sabía que tarde o temprano tendría que tomar una dolorosa decisión…
-¡Lucía! –me dijiste con esa sonrisa imborrable y dulce que siempre me ofreces y que para mí es un regalo.
Simplemente al verte fui consciente de que tus sentimientos no habían cambiado, tú me seguías amando. No era necesario que me dijeras nada. Me cogiste del brazo, tiraste de mí hacia ti y me abrazaste de nuevo. Durante unos instantes nos miramos a los ojos…  
-Juan, te quiero- le susurré suavemente al oído.
Tomaste mis manos entre las tuyas, las besaste y…
-¡Lucía, sabía que no me dejarías!
-¡No he podido olvidarte, creo que nunca lo haré!
-Entonces… ¿vienes conmigo?
-Debemos pensar las cosas mejor, necesitamos más tiempo para hablar… ¿No crees?
-¡Claro, Lucía! Debemos hablar con más calma. Ahora tengo que continuar con mi trabajo. ¿Qué te parece si nos vemos en la cala de la estrella a eso de las ocho? Es un lugar poco concurrido,  allí podremos charlar tranquilamente.
Tras unos segundos de silencio accedí.
-De acuerdo. Allí estaré.
Con una caricia te despediste de mí. Y aquí me quedé, impaciente, esperando que llegara la hora de volverte a ver. Esta vez sería en otro lugar, lejos de estas cuatro paredes  cómplices de nuestros sentimientos… 
Durante una semana estuve esquivándote. No sabía que decirte, ni cómo reaccionar, a pesar de tener la certeza de te amaba. Sí, te amaba locamente y cada minuto que pasaba lejos de ti era un auténtico suplicio. Mi corazón me animaba a seguirte, si no lo hacía era cómo renunciar al paraíso. Y ¿cómo hacerlo si mi vida era un infierno…? Estabas en mi mente cada minuto del día, era imposible no pensar en ti… A pesar de todo intenté alejarme, evitaba estar cerca de ti, y sobre todo estar contigo a solas. No sabía cómo ibas a reaccionar, pero en esos momentos creía que era lo mejor para los dos. Cuando venías a entregar el correo tú querías hablar conmigo y yo inventaba cualquier excusa para marcharme. Por más que insistías yo me hacía la fuerte, así estuvimos unos días hasta que una mañana…
-¡Lucía, por favor!- dijiste mirándome a los ojos.
-Juan, sabes que todo esto me viene grande.-contesté bajando la mirada al suelo.
-Y tú deberías saber que contra los sentimientos no se puede luchar…
Me di la vuelta, cómo para adentrarme en casa. Tú me cogiste del brazo, tiraste de él con fuerza y me acercaste a ti…

-¡Lucía, yo te quiero!
Levanté mi mirada hasta encontrar la tuya y tus brazos rodearon mi cintura…
-¡Juan!
Me abrazaste con tanta fuerza que me entregué a ti. Ya no tuve el valor de alejarme, me sentía tan protegida y tan amada que deseaba no apartarme de tu lado.
-¡No me dejes Lucía! ¡No me dejes nunca!-repetías con insistencia susurrándome al oído.
-Juan, tu sabes que esto es muy duro. Debemos pensar si nos compensará estar juntos o tal vez será mejor ignorar lo que sentimos…
-Lo intenté, intenté olvidarte y vivir como si nada, pero no puedo… ¡Démonos una oportunidad!
-Juan, sólo dame más tiempo. No podemos aventurarnos. ¿Y si luego las cosas no van tan bien cómo imaginamos? ¿Y si nos damos cuenta de que todo ha sido un error? Ya sería demasiado tarde…
-Lucía, nunca he estado tan seguro de algo… Pero, si tú quieres, esperaré por ti…
Me besó en los labios y se marchó. 
Al día siguiente, mis hijos, Sara y Fernando, que se encontraban de vacaciones, regresaron a casa. Como en otras ocasiones encontraron a su padre dormido en el sofá, se miraron a los ojos con la misma cara de impotencia que siempre y fueron al dormitorio a buscarme…
-¡Mamá!-dijeron al unísono.
-¡Mis niños! –respondí dándoles un fuerte abrazo- ¿Cómo lo habéis pasado?
-¡Genial! Por aquí ya vemos que las cosas siguen como siempre…
-¡Bueno…! Más o menos.
Fernando se quedó un ratito conmigo mientras que Sara fue a su habitación a dejar las maletas. Cogió mis manos y mirándome a los ojos, con aquella picarona cara que siempre ponía para hacerme sentir bien, dijo:
-Mamá ¡Fúgate!
-Cariño…
-Sí, si lo haces, yo lo entenderé. ¡Sólo quiero que seas feliz!
Aquellas palabras anidaron en mi corazón. Me sentía feliz al saber que contaba con el apoyo de los seres que más he querido en este mundo, pero por otra parte, no podría abandonarles… Ni siquiera a su padre, a pesar de lo desgraciada que me había hecho sentir durante tantos años…
 El lunes me levanté con más fuerza, tenía a mis niños en casa y ya no me encontraba tan sola. Cuando me disponía a prepararles el desayuno tocaron a la puerta, sin pensar me acerqué a abrir y allí te encontrabas tú…
-Lucía, no digas nada.
Diste un paso frente a mí,  tomaste mi mano entre las tuyas y comenzaste a hablar…
-Lo siento, no puedo más. Estos días han sido terribles, nuestra separación me ha demostrado que para mí eres muy importante. No sé qué hacer, pero, estoy muy seguro de lo que quiero y eso eres tú.
-¡Juan!
-¡Déjame acabar!- dijiste poniendo tus dedos sobre mis labios-  Si te perdiera, moriría de dolor. Te quiero tanto que solo concibo la vida junto a ti. ¡Por favor, no me hagas vivir con esta agonía! Estoy decidido a dejarlo todo por ti.
-Pero, ¿no te das cuenta el daño que haríamos?
-Lucía, ¿y tú no crees que tienes derecho a ser feliz? ¿A caso lo eres ahora sacrificando tu felicidad por la de los demás?
Bajé la mirada, tomaste mi barbilla entre tus dedos y me besaste. Fue el beso más tierno que jamás había recibido…
-Piénsalo. Mañana hablamos. Ahora tengo que irme.
Me quedé paralizada observando cómo te marchabas. Era muy fuerte todo lo que estaba ocurriendo, tanto que me costaba asimilarlo. Por unos minutos perdí la noción del tiempo, me senté junto a la puerta pensando en todo lo que me habías dicho, parecía inverosímil, pero había ocurrido de verdad. Ante todo esto ¿qué debía hacer?
Cuando Fernando se levantó fue a buscarme y me encontró allí sentada, con la mirada perdida.
-¡Mamá! ¿Qué haces ahí sentada?
-¡Cariño! ¿Ya te has levantado?-traté de desviar su atención- ¡Vamos, que os he preparado el desayuno!
El optó por callar, pero su mirada me decía que sabía más de lo que yo creía. Era demasiado inteligente como para ocultarle algo, pero no podía hacerle partícipe de mis sentimientos por miedo a hacerle daño.
Cuando todos habían terminado de desayunar decidí dar un paseo, necesitaba estar sola. Bajé por la plaza y llegué hasta la playa. Me descalcé y anduve por la arena, contemplando la hermosura del mar y sintiendo su dulce brisa en mi rostro. Me senté en la orilla y cerré los ojos, el dulce murmullo de las olas me devolvió la paz que necesitaba. Pero tú seguías en mi mente…
Pasaron como dos horas y ni siquiera me había dado cuenta, perdí por completo la noción del tiempo. Cuando me disponía a marcharme apareció Carla, mi amiga del alma. Se acercó a mí y se sentó a mi lado.
-¿Qué tal van las cosas? – me dijo.
-¡Hola Carla!-le contesté contenta de tenerla a mi lado.
-Lucía, ¿estás bien? Te encuentro un poco triste…
-Bueno…Tal vez. Tengo un lio en mi cabeza que no sé cómo tomarlo. Pero quizás, con el tiempo…
-Lucía, cuenta… ¿Qué ha pasado ahora?
Carla sabía todo sobre mí. Sería imposible engañarla porque me conocía perfectamente. Ella  sabía parte de la historia y yo estaba convencida de que contaba con su apoyo incondicional. Después de ponerla al día me miró, tomó aliento y dijo:
-¡Sabes que, hagas lo que hagas, nunca te voy a juzgar! Creo que tienes derecho a ser feliz, mereces algo bueno en tu vida.
-Sí, pero…
-Contra el amor no se puede luchar. Lucía, tú tienes dentro de ti mucho amor.
Se puso en pie y me ayudó a levantarme.
-Anda, vamos, que tus hijos estarán preguntándose dónde estará su madre.

Conversar con ella siempre me hace mucho bien, al menos me sirve de paño de lágrimas y de apoyo en mis malos momentos…. 

viernes, 29 de abril de 2011

Comenzó mi vida sin ti. Durante los siguientes días intenté no encontrarme contigo. Temía que en el momento en que lo hiciera volvería a caer. Pero el pueblo era un lugar muy pequeño y encontrarnos, tarde o temprano, tendría que ocurrir…
 Durante las fiestas, Luis me propuso salir, hacía tiempo que no lo hacíamos. Le vi tan entusiasmado que no pude negarme a pesar de no encontrarme con fuerzas para hacerlo. En la plaza se celebraba la verbena, que todos los años realizaban con gran entusiasmo los lugareños, y como no, sin decir nada, Luis me llevó a allí. Al llegar me dedique a contemplar la algarabía de la gente, que como era natural, se divertía sin reparos. Yo no me sentía bien, mi corazón estaba destrozado y la felicidad de los demás causaba en mí más sufrimiento. Mientras que mi marido fue a buscar unas bebidas  me quedé observando lo que ocurría a mi alrededor, niños correteando, parejas bailando, grupos de amigos riendo… y más atrás… ¡No, no puede ser, más atrás estabas tú! ¡Juan, mi amor!                                                           
 Por unos instantes la música enmudeció, la gente desapareció, era como si el mundo se  hubiese parado a nuestro alrededor.  Allí estábamos tú y yo frente a frente, con la mirada fija el uno en el otro, sin capacidad para reaccionar. Tus hijos tiraban de tu chaqueta para llamar tu atención y tú inmóvil. Luis me cogió del brazo pronunciando mi nombre:                        
-¡Lucía!-gritaba.
De pronto reaccioné.
-Luis ¿Qué ocurre?
-¡Me has asustado! ¡Estabas paralizada! ¿Te encuentras bien?
-Sí, sí, perdona. Estaba distraída.
La casualidad o tal vez el destino hizo que nos encontrásemos, en aquella noche estrellada,  separados en la distancia pero unidos en el corazón. ¡Lo único que deseaba era estar contigo, quería echar a correr a tus brazos y no me hubiese importado hacerlo ante todo el mundo! Tras tomarnos unas copas convencí a Luis para que me llevara a casa. No podía soportar estar tan cerca de ti y no estar contigo… Cuando nos disponíamos a salir de allí, los amigos de mi marido, que estaban sentados en las mesas de la bodega, le llamaron para que se acercara.
-Lucía, ¿vienes conmigo?
-No, Luis, ve tú. Yo te esperaré en aquel banco.
Cuando me dirigía hacia allí, de entre la multitud apareciste tú. Ahora sí estábamos frente a frente. ¡Qué guapo estabas!
-¡Hola! – me dijiste.
-¡Hola Juan!- casi no salía la voz de mi cuerpo.
No pudimos decirnos nada más. Estábamos frente a frente como dos estatuas de mármol, mirándonos a los ojos y sin poder articular palabra. Llevabas a tu pequeño, que impaciente por llegar otra vez a la fiesta, tiraba de tu mano con ímpetu.
-¡Venga, Juan! Llévale a jugar.
-Adiós Lucía.
Con una tímida sonrisa nos despedimos, sin percatarnos que estábamos siendo observados… Cuando me quedé sola llegó Luis, me cogió del brazo y me llevó a casa. Por el camino le encontré serio, aunque no era de extrañar, porque él nunca ha sido muy cariñoso conmigo. Ya en la puerta empezó a discutir conmigo. Le molestó que no nos quedásemos más tiempo en la verbena, comenzó a decir que siempre teníamos que llegar a casa pronto, que nunca disfrutábamos de nada por mí… Y ese fue el inicio de otra de nuestras monumentales broncas… Con lágrimas en los ojos, me marché a mi cuarto, cerré la puerta y, como una niña, comencé a llorar… Durante esos momentos tu imagen venía a mi memoria, recordaba todas las veces que había sido feliz a tu lado, y lo tonta que era por alejarte de mí… 
Como cada día, llegaste a casa. Pero hoy no será uno de tantos, el día de hoy no debería existir. Nuevamente el timbre sonó y allí estaba yo para abrirte la puerta. Tras ella te encontrabas tú, sonriente como siempre.
-Lucía…- Al mirarme comprendiste que algo ocurría-
-Juan…- Respondí con tristeza, extendí mi mano hacia ti y te entregué la carta que con tanto dolor había escrito.
-¿Qué ocurre, Lucía?
-¡Márchate, Juan, márchate y lee esta carta!
Tembloroso la cogiste entre tus manos y extrañado te alejaste. No sin antes despedirte de mí. Tras tu salida cerré la puerta y desconsolada comencé a llorar… Desde la ventana miré cómo te alejabas, pensé que quizás sería esa la última vez que te vería y se me rompía el corazón, en ese momento sentía como si cientos de cuchillos atravesaran mi alma rompiéndola en girones. A lo lejos observé como detuviste tu caminar y comenzaste a leer. No tuve fuerzas para seguir observándote, me fui hacia mi habitación y me recosté sobre la cama, estaba completamente hundida…
 Media hora más tarde el timbre volvió a sonar, era Sofía, una chica que vivía en la casa de al lado. Como pude saqué fuerzas, me sequé las lágrimas y fui a abrir…
-¡Hola Lucía!
-¡Hola Sofía! ¿Qué ocurre?
-Nada chica. Que estoy preocupada por Juan, me lo he encontrado calle abajo y yo juraría que algo le pasaba ¡y no bueno! Llevaba una carta en la mano, la mirada perdida… Le he saludado y ni siquiera se ha dado cuenta. No sé, no estaba bien…
-No te apures, Sofía, será algo sin importancia…
No sabía cómo reaccionar ante ella, mi cuerpo comenzó a temblar y una terrible sensación me invadía. La despedí lo más rápido posible y, derrotada, volví otra vez a la cama, el dolor que sentía era tan intenso que no podía  mantenerme en pié. Sin apenas darme cuenta me quedé dormida…
Fueron dos días de constantes pensamientos, tras muchas vueltas que le di a este asunto tomé una terrible decisión: debía  olvidarte y alejarme de tu lado. No era lo que mi corazón quería, pero tenía que hacerlo. Tenía que hacerte llegar mi decisión, nada mejor que con una carta…

Juan, estoy locamente enamorada de ti, pero no nos engañemos, nunca estaremos juntos y cuanto más tiempo pase será peor. Sé que ninguno de los dos tendríamos el valor suficiente para dejar nuestras anteriores vidas y comenzar una nueva juntos. Es doloroso, muy doloroso, pero hiciésemos lo que hiciésemos nunca seríamos completamente felices. No somos tan malas personas para empezar una vida de felicidad sabiendo el dolor que hemos dejado tras de nosotros. ¡Dios mío! ¿Qué será de mí sin ti? Mi amor, te quiero. Te quiero como no lo he hecho jamás. Has sido lo más hermoso que me ha ocurrido en mi vida, el único motivo que he tenido para seguir viviendo y ya ves, que tonta soy, te dejo marchar… Desde ahora, cuando nos veamos,  fingiremos que sólo somos conocidos e intentaremos que todo vuelva a la normalidad. Deseo que seas feliz, al menos inténtalo por mí. Adiós, mi amor. Y recuerda que siempre te amaré, pero en silencio.
Tuya para siempre:
                                              Lucía

Las lágrimas brotaban por mis mejillas como si una gran tragedia se hubiese apoderado de mi alma. Tanto es así, que en el silencio de la noche, cuando todos estaban dormidos mis sollozos despertaron a Luis, mi marido. Sobresaltado se levantó acercándose a mí:
-¿Que te ocurre Lucía?-dijo tomándome de la mano.
-Nada Luis, he tenido una pesadilla. Anda, vamos a la cama.
Sólo tenía que esperar el momento en que tú llegaras a casa para entregarte lo que podría causarte tanto dolor como a mí. Lo que pondría punto y final a esta hermosa historia de amor que no había hecho más que empezar…  

miércoles, 27 de abril de 2011


Los días transcurrían con la misma normalidad de siempre. Pasé de la tristeza a la alegría, todos deberían notarlo, era evidente. El tiempo que pasaba cerca de ti me parecía realmente corto, no quería que te marcharas, deseaba tenerte siempre a mi lado. Si hubiera podido, te abría atado a mí para que nunca te alejaras. Después de los momentos que compartíamos mi mente se dedicaba, única y exclusivamente, a repasar esos instantes que tú y yo vivíamos escondidos del resto del mundo. Recordaba tu proximidad cuando me abrazabas con alguna pequeña escusa, recordaba tus manos junto a las mías cuando nos las cogíamos porque sí y tu olor…ese olor que percibo por todos los rincones de mi cuerpo.
Tu ausencia alimentaba de dudas mi soledad. Me preguntaba una y otra vez si tú realmente sentías por mí algo especial, o quizás me buscabas  para tener una distracción más en tu monótona vida. Todos estos pensamientos me hacían daño, temía ser un pasatiempo para ti a la vez que para mí eras lo más importante. Durante los años que te conocí siempre había visto en ti a un hombre respetuoso y bueno, pero ahora me asustaba pensar que tal vez no eras así. También me angustiaba que me vieses como una mujer fácil e infiel, que se entrega a los brazos de cualquier hombre por unos momentos de placer… ¡Dios mío, yo no soy así! ¿Cómo decirte que es la primera vez que esto me ocurre?...

Aquella mañana llegaste como siempre, reflejado en el cristal de la puerta vi cómo me mirabas con aquella amplia sonrisa que nunca podré olvidar, tú no te diste cuenta, pero yo quería saber qué hacías cuando te daba la espalda. Recuerdo la expresión de tu cara y eso me hacía sentir un poco más segura. Mientras me entregabas las cartas de aquel día extendiste tu mano y me acariciaste. Yo te miré y sonreí. ¡Qué momentos tan dulces me ofreces! ¿Cómo soy capaz de dudar de ti?
Entraste en casa y mientras hablábamos me agarraste por la cintura y apretaste mi cuerpo contra el tuyo fundiéndose en un gran abrazo. A veces sobran las palabras y cuando estoy junto a ti no son necesarias. Este comportamiento tuyo me dice que tú también me amas y disipa de mi mente todas mis dolorosas  dudas. Pero, a pesar de todo, tenía que hacerte saber…
-Juan, yo no soy así. Jamás me he comportado de este modo. Sólo contigo, a nadie le consentiría…
Mirándome a los ojos sonreíste de nuevo.
-Lucía, lo sé.
Y con un apretón de manos nos despedimos.
Cuando cerré la, puerta observé cómo te alejabas,  y por unos instantes temí que mis palabras te separaran de mí. Tal vez no debí decirte nada, tal vez no. ¿Y si ahora lo nuestro no vuelve a ser lo mismo?
El fin de semana nos separaría y llenaría de incertidumbre mis pensamientos. Había que esperar, tenía que ser paciente. Pronto volvería a ser lunes y tú volverías otra vez a mí…