lunes, 9 de mayo de 2011


Durante los días siguientes la angustia era mi única compañera. Me resistía a creer que realmente nos habíamos enamorado, intentaba convencerme que solamente se trataba de un capricho. Me volqué de lleno en mi marido, a pesar que él nunca había sabido amarme… Esperaba un cambio en mi vida. Creía, que poniendo de mi parte, conseguiría borrar aquel sentimiento que me consumía. Con lo que no contaba es que el amor es aquello  que nace en nosotros sin haberlo buscado, aparece porque sí y cuando menos te lo esperas. Aunque quieras, por más que te esfuerces, no puedes hacerlo desaparecer. ¡Dios sabe cuánto hice por borrarte de mi vida! Pero, a pesar de todo, seguías en mi corazón…

Pasaron unos días hasta que decidí encontrarme contigo de nuevo, pensé que era el momento de volver a verte. No sabía que iba a sentir al estar otra vez junto a ti, ni lo que tú sentirías después de tanto tiempo. ¡El corazón me latía con tanta intensidad…! No había servido de nada nuestra breve separación, mi intento de seguir con mi vida  sólo me demostró que te seguía amando. Ahora era el momento de conocer cómo te sentías tú. En el fondo yo seguía teniendo miedo, miedo a perderte y miedo a romper con mi vida anterior. Sabía que tarde o temprano tendría que tomar una dolorosa decisión…
-¡Lucía! –me dijiste con esa sonrisa imborrable y dulce que siempre me ofreces y que para mí es un regalo.
Simplemente al verte fui consciente de que tus sentimientos no habían cambiado, tú me seguías amando. No era necesario que me dijeras nada. Me cogiste del brazo, tiraste de mí hacia ti y me abrazaste de nuevo. Durante unos instantes nos miramos a los ojos…  
-Juan, te quiero- le susurré suavemente al oído.
Tomaste mis manos entre las tuyas, las besaste y…
-¡Lucía, sabía que no me dejarías!
-¡No he podido olvidarte, creo que nunca lo haré!
-Entonces… ¿vienes conmigo?
-Debemos pensar las cosas mejor, necesitamos más tiempo para hablar… ¿No crees?
-¡Claro, Lucía! Debemos hablar con más calma. Ahora tengo que continuar con mi trabajo. ¿Qué te parece si nos vemos en la cala de la estrella a eso de las ocho? Es un lugar poco concurrido,  allí podremos charlar tranquilamente.
Tras unos segundos de silencio accedí.
-De acuerdo. Allí estaré.
Con una caricia te despediste de mí. Y aquí me quedé, impaciente, esperando que llegara la hora de volverte a ver. Esta vez sería en otro lugar, lejos de estas cuatro paredes  cómplices de nuestros sentimientos… 
Durante una semana estuve esquivándote. No sabía que decirte, ni cómo reaccionar, a pesar de tener la certeza de te amaba. Sí, te amaba locamente y cada minuto que pasaba lejos de ti era un auténtico suplicio. Mi corazón me animaba a seguirte, si no lo hacía era cómo renunciar al paraíso. Y ¿cómo hacerlo si mi vida era un infierno…? Estabas en mi mente cada minuto del día, era imposible no pensar en ti… A pesar de todo intenté alejarme, evitaba estar cerca de ti, y sobre todo estar contigo a solas. No sabía cómo ibas a reaccionar, pero en esos momentos creía que era lo mejor para los dos. Cuando venías a entregar el correo tú querías hablar conmigo y yo inventaba cualquier excusa para marcharme. Por más que insistías yo me hacía la fuerte, así estuvimos unos días hasta que una mañana…
-¡Lucía, por favor!- dijiste mirándome a los ojos.
-Juan, sabes que todo esto me viene grande.-contesté bajando la mirada al suelo.
-Y tú deberías saber que contra los sentimientos no se puede luchar…
Me di la vuelta, cómo para adentrarme en casa. Tú me cogiste del brazo, tiraste de él con fuerza y me acercaste a ti…

-¡Lucía, yo te quiero!
Levanté mi mirada hasta encontrar la tuya y tus brazos rodearon mi cintura…
-¡Juan!
Me abrazaste con tanta fuerza que me entregué a ti. Ya no tuve el valor de alejarme, me sentía tan protegida y tan amada que deseaba no apartarme de tu lado.
-¡No me dejes Lucía! ¡No me dejes nunca!-repetías con insistencia susurrándome al oído.
-Juan, tu sabes que esto es muy duro. Debemos pensar si nos compensará estar juntos o tal vez será mejor ignorar lo que sentimos…
-Lo intenté, intenté olvidarte y vivir como si nada, pero no puedo… ¡Démonos una oportunidad!
-Juan, sólo dame más tiempo. No podemos aventurarnos. ¿Y si luego las cosas no van tan bien cómo imaginamos? ¿Y si nos damos cuenta de que todo ha sido un error? Ya sería demasiado tarde…
-Lucía, nunca he estado tan seguro de algo… Pero, si tú quieres, esperaré por ti…
Me besó en los labios y se marchó. 
Al día siguiente, mis hijos, Sara y Fernando, que se encontraban de vacaciones, regresaron a casa. Como en otras ocasiones encontraron a su padre dormido en el sofá, se miraron a los ojos con la misma cara de impotencia que siempre y fueron al dormitorio a buscarme…
-¡Mamá!-dijeron al unísono.
-¡Mis niños! –respondí dándoles un fuerte abrazo- ¿Cómo lo habéis pasado?
-¡Genial! Por aquí ya vemos que las cosas siguen como siempre…
-¡Bueno…! Más o menos.
Fernando se quedó un ratito conmigo mientras que Sara fue a su habitación a dejar las maletas. Cogió mis manos y mirándome a los ojos, con aquella picarona cara que siempre ponía para hacerme sentir bien, dijo:
-Mamá ¡Fúgate!
-Cariño…
-Sí, si lo haces, yo lo entenderé. ¡Sólo quiero que seas feliz!
Aquellas palabras anidaron en mi corazón. Me sentía feliz al saber que contaba con el apoyo de los seres que más he querido en este mundo, pero por otra parte, no podría abandonarles… Ni siquiera a su padre, a pesar de lo desgraciada que me había hecho sentir durante tantos años…
 El lunes me levanté con más fuerza, tenía a mis niños en casa y ya no me encontraba tan sola. Cuando me disponía a prepararles el desayuno tocaron a la puerta, sin pensar me acerqué a abrir y allí te encontrabas tú…
-Lucía, no digas nada.
Diste un paso frente a mí,  tomaste mi mano entre las tuyas y comenzaste a hablar…
-Lo siento, no puedo más. Estos días han sido terribles, nuestra separación me ha demostrado que para mí eres muy importante. No sé qué hacer, pero, estoy muy seguro de lo que quiero y eso eres tú.
-¡Juan!
-¡Déjame acabar!- dijiste poniendo tus dedos sobre mis labios-  Si te perdiera, moriría de dolor. Te quiero tanto que solo concibo la vida junto a ti. ¡Por favor, no me hagas vivir con esta agonía! Estoy decidido a dejarlo todo por ti.
-Pero, ¿no te das cuenta el daño que haríamos?
-Lucía, ¿y tú no crees que tienes derecho a ser feliz? ¿A caso lo eres ahora sacrificando tu felicidad por la de los demás?
Bajé la mirada, tomaste mi barbilla entre tus dedos y me besaste. Fue el beso más tierno que jamás había recibido…
-Piénsalo. Mañana hablamos. Ahora tengo que irme.
Me quedé paralizada observando cómo te marchabas. Era muy fuerte todo lo que estaba ocurriendo, tanto que me costaba asimilarlo. Por unos minutos perdí la noción del tiempo, me senté junto a la puerta pensando en todo lo que me habías dicho, parecía inverosímil, pero había ocurrido de verdad. Ante todo esto ¿qué debía hacer?
Cuando Fernando se levantó fue a buscarme y me encontró allí sentada, con la mirada perdida.
-¡Mamá! ¿Qué haces ahí sentada?
-¡Cariño! ¿Ya te has levantado?-traté de desviar su atención- ¡Vamos, que os he preparado el desayuno!
El optó por callar, pero su mirada me decía que sabía más de lo que yo creía. Era demasiado inteligente como para ocultarle algo, pero no podía hacerle partícipe de mis sentimientos por miedo a hacerle daño.
Cuando todos habían terminado de desayunar decidí dar un paseo, necesitaba estar sola. Bajé por la plaza y llegué hasta la playa. Me descalcé y anduve por la arena, contemplando la hermosura del mar y sintiendo su dulce brisa en mi rostro. Me senté en la orilla y cerré los ojos, el dulce murmullo de las olas me devolvió la paz que necesitaba. Pero tú seguías en mi mente…
Pasaron como dos horas y ni siquiera me había dado cuenta, perdí por completo la noción del tiempo. Cuando me disponía a marcharme apareció Carla, mi amiga del alma. Se acercó a mí y se sentó a mi lado.
-¿Qué tal van las cosas? – me dijo.
-¡Hola Carla!-le contesté contenta de tenerla a mi lado.
-Lucía, ¿estás bien? Te encuentro un poco triste…
-Bueno…Tal vez. Tengo un lio en mi cabeza que no sé cómo tomarlo. Pero quizás, con el tiempo…
-Lucía, cuenta… ¿Qué ha pasado ahora?
Carla sabía todo sobre mí. Sería imposible engañarla porque me conocía perfectamente. Ella  sabía parte de la historia y yo estaba convencida de que contaba con su apoyo incondicional. Después de ponerla al día me miró, tomó aliento y dijo:
-¡Sabes que, hagas lo que hagas, nunca te voy a juzgar! Creo que tienes derecho a ser feliz, mereces algo bueno en tu vida.
-Sí, pero…
-Contra el amor no se puede luchar. Lucía, tú tienes dentro de ti mucho amor.
Se puso en pie y me ayudó a levantarme.
-Anda, vamos, que tus hijos estarán preguntándose dónde estará su madre.

Conversar con ella siempre me hace mucho bien, al menos me sirve de paño de lágrimas y de apoyo en mis malos momentos….