Era viernes sobre las doce de la mañana cuando llamaron a la puerta, fui a abrir sin imaginarme que detrás de ella estabas tú. Habían pasado tantos días sin tener noticias tuyas que al final me acostumbré a tu ausencia.
-¡Juan!
Pasaste a casa y cerraste la puerta. Tus ojos no dejaban de mirarme y comenzaste a sonreír. Sin decir una palabra te abalanzaste sobre mí y me abrazaste, mientras lo hacías me susurrabas al oído lo que tantas veces había deseado oír de tus labios…
-¡Lucía, te he echado tanto de menos…! ¡Te quiero tanto…!
Me abracé a tu cuerpo como si temiera que algo o alguien fuera a apartarte de mi lado. No quería separarme de ti ni un solo momento, después de tantos días habías vuelto a mí y yo deseaba quedarme junto a ti eternamente. ¡Nos dijimos tantas cosas sin pronunciar ni una sola palabra….!
Por unos instantes tus manos acariciaron mi rostro y tus labios se posaron sobre los míos. Un gran escalofrío recorrió mi cuerpo y me hizo estremecer, ninguna otra cosa podría haberme devuelto la felicidad que en esos momentos sentía…
-¡Lucía, no me castigues con tu ausencia… quiero estar junto a ti! Todo este tiempo que hemos estado separados me ha servido para comprender que sin ti no soy nada, necesito tenerte cerca de mí para poder seguir viviendo.
-¡Has sido tú el que me ha castigado a mí alejándote de mi lado…! ¡He estado esperando tu regreso y gracias a Dios has vuelto a mí!
-¡Perdóname mi amor, juro que no me alejaré nunca más de ti!
Te miré a los ojos y pude ver en ellos la verdad de tus palabras. Ahora sí estaba segura de todo lo que habías sufrido al alejarte de mí, comprendí que no fui yo la única que lo había estado pasando mal durante tanto tiempo… El teléfono sonó y tuvimos que despedirnos. Mientras sujetabas mi mano, con la celeridad de marcharte, me propusiste vernos esa misma tarde. Yo, como no, accedí. Después de encontrarme nuevamente contigo no podía negarme a volverte a ver…