sábado, 30 de julio de 2011


La tarde antes de mi cumpleaños estaba sola en casa, no me sentía bien, en mis pensamientos seguías tú, no podía dejar de revivir lo que días atrás habíamos compartido. En lugar de sentirme feliz por guardar dentro de mí esos recuerdos, cada vez me hacían más daño. No hacía más que preguntarme por qué nunca podría llenar mi vida con el amor más puro que había sentido, por qué tenía que acabar todo lo que me hacía verdaderamente feliz. Seguramente la felicidad no era para mí, debía conformarme con haberla tocado al menos con las yemas de mis dedos. Otras personas quizás no hayan tenido esa oportunidad… Al menos conocí lo que es amar, aunque durase tan poco tiempo.
Al día siguiente me levanté completamente derrotada, sabía que las cosas ya no volverían a ser igual, necesitaba verte y tocarte, en definitiva tenerte cerca de mí. Estaba completamente segura que si no volvías a estar a mi lado mi vida carecería de sentido, tú eras el motivo que yo tenía para seguir viviendo, eras la fuerza que me empujaba para seguir adelante, eras el mejor regalo que me dio la vida… y te estaba dejando ir.
No existía un minuto del día en el que no te tuviera en mi mente, me costaba un esfuerzo enorme no pensar en ti. Soñaba con tu mirada, con tu sonrisa, con tu voz. ¡Dios mío! ¡Necesitaba tanto estar contigo! ¿Qué sería de mí si no estabas a mi lado? Te sentía tan dentro de mí que me dolía el alma cuando no te tenía cerca…
Me disponía a salir de casa, abrí la puerta y al ir a salir te encontré de frente…
-¡Juan!
Me quedé paralizada mirándote, había deseado con desesperación volverte a ver y no pude reaccionar…
-¡Hola Lucía!- respondiste con voz temblorosa.
Te invité a pasar, tú, reticente, lo pensaste unos segundos, pero al fin entraste en casa. Yo entorné la puerta y me coloqué a tu lado. Coloqué mis manos sobre las tuyas y dirigí mi mirada hacia la tuya buscando un poco de tu verdad.
-Juan, ¿por qué estas así? ¿Qué es lo que te ocurre?
En ese momento apartaste tu mirada de la mía y tomaste aire. Pensé que no serias capaz de decir nada, o lo peor, que alguna mala noticia saliera de tus labios. Moviendo la cabeza de un lado para otro me respondiste…
-Lucía, no sé por dónde empezar.
Yo comencé a temblar, temía que ya no quisieras saber nada de mí.
-¡Ya no sientes nada por mí! ¿No es eso?-dije con la voz rota.
-¡Cómo no sentir nada por ti! Ya te dije que te amaba más de lo que debiera.
-¿Entonces?
-Pues que veo que dudas tanto de todo, que en el fondo me has hecho reflexionar todavía más acerca de lo que nos está ocurriendo. He intentado alejarme para comprobar lo que en el fondo siento. He reflexionado mucho, mucho…
-¿Y…?
-Pues que me di cuenta de que yo sigo sintiendo exactamente lo mismo por ti. O quizás más cada día.
Yo suspiré profundamente, pero observé que no acababan aquí mis preocupaciones…
-Juan, yo…
-Déjame seguir hablando… No estoy muy seguro de lo que tú quieres realmente. Mi intuición me dice que no estás dispuesta a renunciar a todo para empezar conmigo una nueva vida y eso es lo que me hace dudar acerca de nuestra relación. No estoy dispuesto a seguir así, ocultando lo que creo que ambos sentimos y escondiéndonos ante los demás… Si hemos de seguir adelante será con todas las consecuencias, si no, debemos dejarlo…
Cerré los ojos por unos segundos, todo mi cuerpo temblaba, tenía miedo de perderte pero a la vez me aterraba zanjar de un plumazo la vida que había llevado hasta el momento.
-Juan, hay muy pocas cosas de las que estoy segura… Solo sé que te quiero con toda mi alma y no quiero perderte.
Tomaste mi barbilla con tus manos e hiciste que nuestras miradas se encontraran. Unas incipientes lágrimas brotaban de mis ojos y con tus manos las secaste… No tardamos más de dos segundos en abrazarnos con ternura. Yo no quería que te alejaras de mí, pero me faltaba el valor necesario para seguirte…
-Lucía, cuando realmente estés dispuesta a seguirme házmelo saber. Yo te estaré esperando…
Te dirigiste hacia la puerta, me adelanté  y  apoyada en ella no dejé que te marcharas.
-Juan, no dejaré que te marches sin antes haberme escuchado.
Tu rostro seguía serio, no sabías hacia dónde dirigir tu mirada.  Yo sentía que en ese momento no estabas seguro de si era mejor escucharme o salir corriendo, pero ahí te quedaste…
-Sé que es difícil seguir así, también sé que dudas sobre lo que yo siento. Pero créeme que mucho más triste es vivir sin la persona a la que se ama. Yo nunca podía imaginar que llegaría a sentir lo que por ti siento, es lo más fuerte que me ha ocurrido en mi vida. Ninguna  vez me he visto en esta situación, jamás he amado a otro hombre que no fuese mi marido, nunca he estado con nadie más y deberías entender que, en algunos momentos, dude de todo y no sea capaz de tomar una decisión cuando creo que esta llegará a cambiar tantas vidas. Sabes que no sólo cambiará la tuya y la mía…
Seguías serio, triste y dudando de mis palabras.
-¡Juan, te quiero! No me cansaré nunca de decírtelo y desearía proclamarlo a los cuatro vientos. Has sido para mí la razón más poderosa que he tenido para seguir adelante, el mayor motivo para vivir, tú sin saberlo has cambiado mi vida, he vuelto a descubrir contigo lo que es la felicidad… ¿Crees que después de esto voy a dejar que te alejes de mi lado?
Me aparté de la puerta, ahora debías elegir, era tu turno…
-Lucía, sigo pensando lo mismo que hace unos momentos. Cuando estés segura de lo que realmente quieres házmelo saber. Ahora tengo que marcharme. Adiós Lucía…
Por unos minutos me quedé paralizada observando cómo te alejabas de mi lado, cruzaste la puerta en silencio y  no tuve fuerzas para detenerte, comprendí que quizás era mejor dejarte marchar y  que el tiempo borrase de nuestros corazones aquello que habíamos  sentido con tanta fuerza.  Cuando reaccioné ya era demasiado tarde, cerré la puerta de casa y me derrumbé. Presentía que este era el final de nuestra pequeña historia de amor…

A la mañana siguiente apareciste por casa, esta vez tu rostro no denotaba la felicidad que en otras ocasiones mostraste. Entraste dentro como de costumbre y me entregaste el correo en mano, yo miraba tus ojos, quería encontrarme con ellos pero tu mirada se alejaba de la mía…
- ¡Juan!-dije asombrada, esperando una respuesta a este comportamiento tuyo que no reconocía.
-Hola, Lucía- respondiste con tono serio.-Este es el correo de hoy. Perdona, pero tengo mucha prisa.
Traté de coger tu cara y besarte en las mejillas pero rehuiste y pronunciando  un tímido adiós te acercaste a la puerta.

No sé lo que en esos momentos se te pasaría por la cabeza, te quedaste quieto, mirándome en silencio y te invité a marcharte. Después de todo lo que había pasado entre nosotros no pude comprender cómo de la noche a la mañana habías cambiado tanto. Quizás fui un poco egoísta por no pensar que tal vez algo te habría ocurrido para reaccionar así, no traté de averiguar qué era lo que te sucedía. Simplemente ver como rehuías de aquel inocente beso me hirió de tal manera que no pensé en nada más.
Durante los dos días siguientes no nos vimos, era mejor así. La verdad es que necesitaba estar lejos de ti para intentar poner las cosas en orden dentro de mi cabeza y, mejor aún, en mi corazón… No sé todavía si fue mejor o peor, yo sabía que te adoraba y que te amaba con toda el alma, pero temía que me hubieras engañado, ya no confiaba en todas las cosas hermosas que días atrás me dijiste. Estaba muy confusa y llegué a pensar que era mejor olvidarte y comenzar una nueva etapa en mi vida. Lo nuestro había llegado demasiado lejos, pensé que probablemente te habías  arrepentido de estar a mi lado,  que habías recapacitado y no querías estar lejos de los tuyos. Yo lo habría entendido si me lo hubieras contado… Incluso  llegué a comerme la cabeza con la idea de que tal vez yo era la culpable de que te fijaras en mí, de que hubieses estado engañando a tu mujer… Me sentí tan mal en aquellos momentos que pensé que mi comportamiento con respecto a ti y a mi marido había sido sucio y mezquino. Con respecto a ti porque tal vez te pude haber embaucado para que pusieras tus ojos en mí y con mi marido por haberle ocultado, durante tanto tiempo, que me había enamorado de otra persona.  No consideré en ningún momento que contra el amor difícilmente se puede luchar y olvidé que cuando te descubrí en mi vida fuiste el gran regalo que Dios me había enviado para ser por fin feliz…
Después de todas estas reflexiones llegué a la conclusión de que lo mejor era dejar de pensar, debía olvidar todo y retomar mi vida. Tendría que hacer algunos cambios y sobre todo comenzar una nueva etapa en la que yo misma me quisiera un poco más de lo que hasta el momento me había querido. Fue muy duro tomar esta decisión, tanto que mi estado de ánimo volvió a ser el que meses atrás había tenido, comencé a decaer, mi vida empezaba de nuevo a no tener sentido. Sabía que sin ti a mi lado todo volvería a ser triste y tuve miedo de llegar a sentir otra vez esas ganas de abandonar esta repugnante vida. Debía luchar contra viento y marea para que esto no ocurriera, pero me asustaba no tener fuerzas para lograrlo…
Sobre las diez de la mañana llegaste a casa a entregar el correo como de costumbre. Cuando sonó el timbre un cúmulo de sentimientos renacían en mí. Por un lado el deseo incontrolado de volver a verte, por otro el pavor por lo acontecido aquella tarde. Tenía miedo de mi reacción, no sabía cómo comportarme después de lo sucedido. A pesar de eso, decidí abrir la puerta, ¿cómo no hacerlo con las ganas que tenía de volver a verte?
-¡Juan!-dije temblorosa y observando tu radiante sonrisa.
-¡Hola Lucía!- respondiste mientras pasabas a casa.
Cuando cerré la puerta acariciaste mi rostro y me abrazaste con ternura. Me refugié en tus brazos como un pequeño lo haría en el regazo de su madre. ¡Hubiera dado cualquier cosa por quedarme así para siempre! ¡Qué pena no poder demostrar al mundo entero todo lo que sentimos el uno por el otro! El amor, aunque en nuestro caso no debería haber surgido, bajo ningún concepto  debería estar prohibido. Es tremendamente duro amar a quien no debes, pero ¿quién puede poner barreras ante ese sentimiento? ¿Quién es capaz de dejar de amar por que sí, de la noche a la mañana, cuando es lo más grande que hemos conocido? Yo intenté por todos los medios que esto no ocurriera y fracasé.
-¿Qué tal estás mi amor? ¿Cómo pasaste la noche?
-Echándote de menos, Juan. Me costó mucho alejarme de ti…
-¿Te das cuenta ahora de lo que yo siento? Cuando yo te decía que no podía vivir sin ti y que necesitaba estar a tu lado…
Cogí tu cara entre mis manos…
-Juan, ¡te quiero tanto…!
-Yo también te quiero, mi vida. Más de lo que puedas pensar… ¡Tengo tan claro que no puedo vivir sin ti, que voy a dar el primer paso…! No esperaré más, hablaré con mi mujer, estoy decidido…
-¡Por favor, Juan! ¡Yo no quiero ser el motivo del dolor que les vas a causar…!-dije con lágrimas en los ojos.- ¡Espera un poco más, por favor!
-¿Esperar? ¿Qué debo esperar? ¡Sólo soy feliz cuando estoy a tu lado! Eso nada ni nadie podrá cambiarlo.
Dejé de mirarte por unos segundos, tú tomaste con tus dedos mi barbilla e hiciste que alzase mi vista hacia ti.
-Lucía-dijiste con un tono más dulce- sabes que lo que siento por ti es verdadero. ¡Por mucho tiempo que pase, por muchos esfuerzos que haga por alejarme de ti, nunca lo conseguiré!
-Juan, yo no estoy segura de querer seguir con esto- dije dirigiendo mi mirada hacia el suelo…
-¡No puede ser que estés diciendo esto ahora! ¡Dime que no es lo que realmente sientes!
En esos momentos no sabía a ciencia cierta qué sería lo mejor para los dos. Todo había ocurrido tan rápido que me asustaba pensar en todas las consecuencias de nuestros actos. Estaba echa un lío. Por un lado soñaba con estar a tu lado, por otro, no quería dejar atrás mi pasado. Yo no había sido educada para llevar una vida así, tenía que sacrificar mi felicidad por el bien de los demás. No debía permitirme ser feliz dañando a los otros, era mejor que fuese yo la persona que debía sufrir…
-¡Mi amor! ¡Claro que no es eso lo que siento! Pero hay algo en mí que me frena…
De pronto me abrazaste con gran fuerza, como si algo fuera arrebatarme de tus brazos.
-¡No me dejes! ¡Por favor, no me dejes! –dijiste sollozando.
-¡No, mi amor! ¡No lo haré! ¡Pero, por favor, ten paciencia!
Tenías que marcharte, yo no quería que te fueras triste, te amaba demasiado como para herirte. Tomé tu cara con mis manos y te besé. Cuando me miraste te sonreí…
-Mañana nos vemos. ¿De acuerdo, Juan?
-De acuerdo, Lucía.
Con paso firme te alejaste de mi casa, sabía que mis palabras te habían herido y no podía hacer nada para remediarlo. Era demasiado fuerte todo lo que me estaba ocurriendo, estaba tan enamorada de ti que alejarme de tu lado suponía un profundo dolor. Sentía que había llegado el momento de elegir, de tomar la gran decisión de mi vida…  

domingo, 17 de julio de 2011

De camino a casa dos sentimientos se apoderaban de mi corazón, el primero me hacía inmensamente feliz por haberme entregado a ti por entero y el segundo ensombrecía aquel apasionado momento  por haber sido infiel a Luis. De todos modos nada podría hacer que me arrepintiera de haber obrado así, pues te llevaba tan dentro de mi alma y durante tanto tiempo que abandonarme en tus brazos era lo que tarde o temprano tenía que ocurrir…
Llegué a casa sobre las nueve, todavía no habían llegado ni los niños ni Luis. Tuve tiempo de darme una ducha y preparar la cena. Mi mente no estaba allí, me sentía tan culpable...
Lamentaba que el dueño de mi corazón no fuese  mi marido…      
Cuando llegaron todos cenamos como cualquier otro día, con la única diferencia que yo estuve ausente durante toda la cena… Mi mente estaba junto a ti, Juan, me llevaba a recordar cada uno de los momentos que aquella tarde habíamos vivido juntos. Recordaba la dulzura con que tus manos me acariciaban y el amor con el que tus brazos me acogieron en tu regazo, esos instantes que nada ni nadie conseguirán borrar de mi corazón. Nadie se percató de mi ausencia, hoy no solo fue un día especial para mí, todos tenían algo importante que contar y sobre lo que hablar esa noche. Cuando recogí la cocina les di un beso de buenas noches y opté por acostarme, necesitaba estar a solas. Ellos no podían imaginar lo que me estaba ocurriendo y, la verdad, era mejor que no lo supieran…
No pude conciliar el sueño durante toda la noche, si antes no te conseguía arrancar de mi mente, ahora mucho menos. Cada vez la necesidad de estar junto a ti era más fuerte, estaba llegando a un punto en el que reconocía realmente que si no era a tu lado no merecía la pena vivir. Las horas pasaban tan lentamente…
A la mañana siguiente intenté continuar de nuevo con mi vida, cada vez era más difícil, pues el amor que sentía por ti iba creciendo, más y más, muy rápidamente. No quería sentir lo que en esos momentos sentía, pero ¿quién controla el amor…?