La tarde antes de mi cumpleaños estaba sola en casa, no me sentía bien, en mis pensamientos seguías tú, no podía dejar de revivir lo que días atrás habíamos compartido. En lugar de sentirme feliz por guardar dentro de mí esos recuerdos, cada vez me hacían más daño. No hacía más que preguntarme por qué nunca podría llenar mi vida con el amor más puro que había sentido, por qué tenía que acabar todo lo que me hacía verdaderamente feliz. Seguramente la felicidad no era para mí, debía conformarme con haberla tocado al menos con las yemas de mis dedos. Otras personas quizás no hayan tenido esa oportunidad… Al menos conocí lo que es amar, aunque durase tan poco tiempo.
Al día siguiente me levanté completamente derrotada, sabía que las cosas ya no volverían a ser igual, necesitaba verte y tocarte, en definitiva tenerte cerca de mí. Estaba completamente segura que si no volvías a estar a mi lado mi vida carecería de sentido, tú eras el motivo que yo tenía para seguir viviendo, eras la fuerza que me empujaba para seguir adelante, eras el mejor regalo que me dio la vida… y te estaba dejando ir.
No existía un minuto del día en el que no te tuviera en mi mente, me costaba un esfuerzo enorme no pensar en ti. Soñaba con tu mirada, con tu sonrisa, con tu voz. ¡Dios mío! ¡Necesitaba tanto estar contigo! ¿Qué sería de mí si no estabas a mi lado? Te sentía tan dentro de mí que me dolía el alma cuando no te tenía cerca…
Me disponía a salir de casa, abrí la puerta y al ir a salir te encontré de frente…
-¡Juan!
Me quedé paralizada mirándote, había deseado con desesperación volverte a ver y no pude reaccionar…
-¡Hola Lucía!- respondiste con voz temblorosa.
Te invité a pasar, tú, reticente, lo pensaste unos segundos, pero al fin entraste en casa. Yo entorné la puerta y me coloqué a tu lado. Coloqué mis manos sobre las tuyas y dirigí mi mirada hacia la tuya buscando un poco de tu verdad.
-Juan, ¿por qué estas así? ¿Qué es lo que te ocurre?
En ese momento apartaste tu mirada de la mía y tomaste aire. Pensé que no serias capaz de decir nada, o lo peor, que alguna mala noticia saliera de tus labios. Moviendo la cabeza de un lado para otro me respondiste…
-Lucía, no sé por dónde empezar.
Yo comencé a temblar, temía que ya no quisieras saber nada de mí.
-¡Ya no sientes nada por mí! ¿No es eso?-dije con la voz rota.
-¡Cómo no sentir nada por ti! Ya te dije que te amaba más de lo que debiera.
-¿Entonces?
-Pues que veo que dudas tanto de todo, que en el fondo me has hecho reflexionar todavía más acerca de lo que nos está ocurriendo. He intentado alejarme para comprobar lo que en el fondo siento. He reflexionado mucho, mucho…
-¿Y…?
-Pues que me di cuenta de que yo sigo sintiendo exactamente lo mismo por ti. O quizás más cada día.
Yo suspiré profundamente, pero observé que no acababan aquí mis preocupaciones…
-Juan, yo…
-Déjame seguir hablando… No estoy muy seguro de lo que tú quieres realmente. Mi intuición me dice que no estás dispuesta a renunciar a todo para empezar conmigo una nueva vida y eso es lo que me hace dudar acerca de nuestra relación. No estoy dispuesto a seguir así, ocultando lo que creo que ambos sentimos y escondiéndonos ante los demás… Si hemos de seguir adelante será con todas las consecuencias, si no, debemos dejarlo…
Cerré los ojos por unos segundos, todo mi cuerpo temblaba, tenía miedo de perderte pero a la vez me aterraba zanjar de un plumazo la vida que había llevado hasta el momento.
-Juan, hay muy pocas cosas de las que estoy segura… Solo sé que te quiero con toda mi alma y no quiero perderte.
Tomaste mi barbilla con tus manos e hiciste que nuestras miradas se encontraran. Unas incipientes lágrimas brotaban de mis ojos y con tus manos las secaste… No tardamos más de dos segundos en abrazarnos con ternura. Yo no quería que te alejaras de mí, pero me faltaba el valor necesario para seguirte…
-Lucía, cuando realmente estés dispuesta a seguirme házmelo saber. Yo te estaré esperando…
Te dirigiste hacia la puerta, me adelanté y apoyada en ella no dejé que te marcharas.
-Juan, no dejaré que te marches sin antes haberme escuchado.
Tu rostro seguía serio, no sabías hacia dónde dirigir tu mirada. Yo sentía que en ese momento no estabas seguro de si era mejor escucharme o salir corriendo, pero ahí te quedaste…
-Sé que es difícil seguir así, también sé que dudas sobre lo que yo siento. Pero créeme que mucho más triste es vivir sin la persona a la que se ama. Yo nunca podía imaginar que llegaría a sentir lo que por ti siento, es lo más fuerte que me ha ocurrido en mi vida. Ninguna vez me he visto en esta situación, jamás he amado a otro hombre que no fuese mi marido, nunca he estado con nadie más y deberías entender que, en algunos momentos, dude de todo y no sea capaz de tomar una decisión cuando creo que esta llegará a cambiar tantas vidas. Sabes que no sólo cambiará la tuya y la mía…
Seguías serio, triste y dudando de mis palabras.
-¡Juan, te quiero! No me cansaré nunca de decírtelo y desearía proclamarlo a los cuatro vientos. Has sido para mí la razón más poderosa que he tenido para seguir adelante, el mayor motivo para vivir, tú sin saberlo has cambiado mi vida, he vuelto a descubrir contigo lo que es la felicidad… ¿Crees que después de esto voy a dejar que te alejes de mi lado?
Me aparté de la puerta, ahora debías elegir, era tu turno…
-Lucía, sigo pensando lo mismo que hace unos momentos. Cuando estés segura de lo que realmente quieres házmelo saber. Ahora tengo que marcharme. Adiós Lucía…
Por unos minutos me quedé paralizada observando cómo te alejabas de mi lado, cruzaste la puerta en silencio y no tuve fuerzas para detenerte, comprendí que quizás era mejor dejarte marchar y que el tiempo borrase de nuestros corazones aquello que habíamos sentido con tanta fuerza. Cuando reaccioné ya era demasiado tarde, cerré la puerta de casa y me derrumbé. Presentía que este era el final de nuestra pequeña historia de amor…