domingo, 26 de junio de 2011



Por fin llegó la hora de nuestro encuentro, intenté arreglarme para ti, estaba tan emocionada que no sabía que ponerme… El cielo amenazaba lluvia, pero no me importaba. Escogí el mejor vestido que tenía y salí decidida a encontrarme contigo. Anduve todo lo deprisa que pude, con una inusual impaciencia. Por el camino sólo pensaba en ti, no dudé ni un momento que lo que quería era aprovechar al máximo el poco tiempo que tenía para estar a tu lado… No tardé ni quince minutos en llegar, tú ya estabas allí esperándome. Bajé por las rocas y  acudiste a mi encuentro. Frente a mí me sonreíste, tomaste mi mano y sin decir nada comenzamos a caminar por la orilla de la playa. Me sentía tan feliz que parecía que caminaba entre las nubes, te tenía tan cerca y ¡solo para mí! Nuestras manos, enlazadas con fuerza, demostraban el amor que sentíamos el uno por el otro… De pronto el sol se escondió entre las nubes negras, dejando éstas escapar sus primeras gotas de lluvia. Tiraste de mí con firmeza y me llevaste corriendo al final de la cala. Allí había una pequeña cueva enclavada en las rocas, entramos y nos refugiamos de la tormenta…
-¡Cómo llueve!- dijiste mientras me abrazabas.
Ambos estábamos de pié, contemplando la furia con la que el agua  caía. Tú detrás de mí, sujetándome por la cintura y yo acariciando tus fuertes y protectores brazos.
La cueva solo se iluminaba con los rayos de la tormenta, el silencio únicamente lo rompía  el sonido de la lluvia y el rugir de las olas embravecidas. No tuve miedo en ningún momento porque estabas conmigo. ¡Jamás me sentí tan protegida! Tus brazos me rodeaban  con tanta fuerza que  sentía tu cálida respiración sobre mi espalda. Pasados unos minutos me diste la vuelta y me colocaste frente a ti, tomaste mi barbilla con tus dedos y me besaste en los labios con ternura. Mirándome a los ojos comenzaste a desvestirme con una dulzura tan especial que no dudé un solo momento en entregarme por entero a ti. Nos amamos con una pasión desmedida… En esos momentos me consideraba la mujer más feliz de la tierra, nunca antes me había sentido así, fue lo mejor que me había pasado en toda mi vida…
Una hora más tarde la lluvia cesó, ya era momento de despedirnos. Antes de salir de aquel lugar nos besamos por última vez, cogidos de la mano caminamos hacia la salida de la cala y me ayudaste a subir aquellas escarpadas rocas.  Esperaste a que me alejara de allí para luego marcharte tú…

viernes, 24 de junio de 2011



Después de aquel encuentro todos los días eran iguales, simplemente trataba de vivir como antes  lo había hecho, pero ya era imposible. Sentía el olor de tu cuerpo por todos los rincones de mi piel, no podía borrarte de mis pensamientos… ¡Era imposible! Durante el tiempo que pasábamos separados seguía intentando, una y otra vez, olvidarte, pero no lo conseguía. Solo, en tu ausencia, se hacía más patente que te amaba… Muchas veces llegué a preguntarme qué era lo que había descubierto en ti que tanto me había cautivado, sabía que no era tu físico, porque aunque no eras mal parecido tampoco destacabas por él. Fue tu belleza interior la que me enamoró y, sobre todo, la manera de tratarme. ¡Dios Santo, cómo te quiero!
Tras varios días sin ti ansiaba volverte a ver, me conformaba con tenerte cerca de mí unos minutos, sabía que eso era lo único que me daba fuerzas suficientes para seguir viviendo… Eran las diez de la mañana y ya estaba impaciente por tu llegada, temía que por alguna circunstancia que te lo impidiera no pudieras pasarte por casa… ¡Qué nervios! Necesitaba tanto verte como el aire para respirar… Durante el desayuno no paré de mirar el reloj una y otra vez, el tiempo corría y yo me desesperaba cada vez más. Por fin, sobre las once, llamaste a la puerta….
-¡Juan!-dije con ansia.
-¡Hola Lucía!-respondiste mirándome a los ojos.
Entraste en casa y  sin decir ni una sola palabra más me abracé a tu cuerpo, necesitaba tanto sentirte cerca de mí que esta vez me dejé llevar. Oler el perfume que desprendía tu piel, sentir tu respiración cerca de mí  me llenaba de energía para seguir adelante en tu ausencia. No dijimos ni una palabra, simplemente poder estar pegada junto a ti durante unos minutos ya me llenaba de satisfacción…
-¡Lucía, mi amor!
-¡Necesitaba tanto estar contigo…!
Besaste mi mejilla y me cogiste de las manos…
-¿Quieres que nos veamos esta tarde en la cala?-dijiste susurrando…
-¡Claro que sí!
-Muy bien, cariño…Allí nos encontraremos.
Te marchaste con una sonrisa en los labios y mirándome con ternura… Eras para mí lo más grande que tenía, te amaba tanto,  que en esos momentos te habría seguido al infierno si hubiera hecho falta. Solo tenía que esperar unas pocas horas para volver a estar contigo, pero la espera cada vez se hacía más dura… 
Esa noche me costó dormir más que nunca. No dejé de pensar en ti ni un minuto, la desesperación se apoderó de mí, traté de no pensar en nada pero era imposible. En mi cabeza rondaban tantas cosas que no me permitían descansar. Tenía miedo de que Luis se diera cuenta y tratase de averiguar el motivo de mi desvelo… Todavía no estaba preparada para hablar con él, en el fondo me daba tanta pena hacerle daño… A pesar de que estaba tan segura que a su lado ya no podría ser feliz, algo me hacía esperar y no sabía el porqué. Por un lado sentía que si no le hacía participe de mis sentimientos le estaba engañando, por otro pensé que de ese modo le ahorraría un gran sufrimiento, porque aunque no se portara bien conmigo, en el fondo me quería… Posiblemente todo se debía a mi cobardía, quizás tenía miedo a cerrar esa etapa de mi vida, a romper con todo…
Tras darle tantas y tantas vueltas al mismo asunto pensé que era mejor salir a tomar un poco de aire fresco, preparé el desayuno para mi familia y me marché, no sin antes dejarles una nota para que no se preocuparan. Cogí mi chaqueta y bajé por la plaza, cuando anduve unos metros me encontré de lleno contigo.
-¡Juan!
-¡Lucía! ¿Qué haces por aquí?
Manteníamos la distancia, no había apenas gente por la calle, pero debíamos de tener cuidado, aunque nuestras miradas no podían disimular la alegría que ambos sentíamos al vernos…
-Nada, necesitaba tomar un poco el aire…- me miraste extrañado.
-¿Te ha pasado algo?
-No, no… Simplemente tenía necesidad de salir.
-Tengo que marcharme a trabajar. ¿Estarás en casa?
Asentí con la cabeza y me marché… Al llegar, no tenía ganas de nada, estaba tan cansada por no haber dormido en toda la noche, que lo único que me apetecía era recostarme sobre la cama y descansar. Así lo hice y, como no, me quedé dormida. Pasaron unas dos horas cuando el sonido del timbre me despertó. Casi sin poder hacerme viva me levanté y me dirigí hacia la puerta…
-¡Vaya cara, Lucía!- dijiste sonriendo.
-Pasé mala noche, la verdad es que me he quedado dormida sin apenas darme cuenta…
Extendiste tu mano y me acariciaste.
-Esto nos está matando… ¿no es cierto?
 Apenas tenía ganas de hablar, pero teniéndote a mi lado era imposible no hacerlo. Siempre he querido aprovechar todo el tiempo que pasaba junto a ti, era como un regalo tenerte y no deseaba perderlo. Como casi no me tenía en pie te invité a pasar a casa, los niños no estaban y faltaba más de tres horas para que Luis regresara. Te cogí de la mano y estiré de ti hacia el salón. Una vez allí hice que te sentaras en el sofá y yo me senté a tu lado. Sin decir ni una palabra te acercaste a mí y nos besamos apasionadamente. ¡Habría dado un año de mi vida para que ese momento no acabara nunca! Tus ojos brillaban de una manera especial y tu rostro se había llenado de ternura. No tengo palabras  para describir lo que en ese instante llegué a sentir, era algo que nunca  había experimentado…
-Lucía, necesito estar más cerca de ti. No me bastan unos minutos al día para sentirme bien. Te necesito a mi lado…
Opté por no decirte nada, simplemente te miré a los ojos y te abracé. Al cabo de unos minutos nos despedimos, tenías que ir a trabajar y yo debía dedicarme a realizar mis tareas diarias en casa. Cuando te marchaste un gran vacío se apodero de mí, no sabía qué me estaba ocurriendo. Simplemente el hecho de pensar que volverías a casa con tu mujer me consumía, sentía verdaderos celos de ella, no me bastaba con saber lo que sentías hacia mí, quería tenerte y no compartirte con nadie. ¡Me sentía tan triste cuando no te tenía a mi lado…!
Cada día le preguntaba a Dios en lo más profundo de mi corazón por qué me había pasado esto a mí, reconocía que el encontrarte fue un regalo, pero el no tenerte me hundía en la más profunda miseria…
Intentaba no pensar, sólo quería recordar los buenos momentos que pasaba contigo, eso me hacía feliz. Pero cuando ponía los pies en la tierra, la realidad era muy distinta. Sentía que mi vida era una mentira, estaba engañando a todas las personas que quería y eso me dolía. Otra vez volvían a mi mente mis dudas y mi arrepentimiento, cuando miraba a Luis sentía que yo no debía hacerle esto. A pesar de que él no podía hacerme feliz, yo no debía pagarle con esta moneda… Lo de mis hijos era otra cosa,  sabía que tarde o temprano me entenderían, pero Luis… 

jueves, 23 de junio de 2011

A la mañana siguiente, mientras realizaba las tareas de la casa llegaste tú. Mi cabeza estaba hecha un mar de líos, no sabía si abrir la puerta o hacerte creer que no estaba en casa. Tenía tantas ganas de verte que no me pude contener…
-¡Hola Lucía!- dijiste entrando en casa y cerrando la puerta. No tuve tiempo de responderte cuando me cogiste en tus brazos y me diste el mayor beso de amor que nunca me habían dado. Me quedé sorprendida y no supe cómo reaccionar.
-¡Juan, por Dios!
-¿No querías que lo hiciera?- me dijiste sonriendo.
-Pues… no sé.
-Venga, mi cielo. Para bien o para mal, estás en mis pensamientos a cada momento del día… Deberías saber que te quiero y lo que más deseo en esta vida es estar junto a ti.
Acaricié tu cara sin decir nada, las palabras hoy no salían de mi boca… Sólo la ternura que sentía hacia ti era lo único que podía expresar con mis gestos. Tú seguías siendo el motivo por el que me levantaba todas las mañanas y por el que tenía ganas de vivir. Eso no podía ocultarlo. ¡Qué fuerte es todo esto! Y… ¡Qué duro es reconocerlo…!
-Juan, debemos ser más precavidos. Algún día nos daremos un susto…
-Mira, hay momentos en los que no me importaría proclamar a los cuatro vientos nuestro amor. Cada día que pasa me cuesta más no estar a tu lado… Lo que más deseo en el mundo es estar junto a ti. No duermo, apenas como, es una tortura tener que esconder lo que siento. Lucía reconsidera todo lo que hablamos y decídete de una vez. Así es imposible seguir viviendo… Yo te quiero tanto que si la vida no la puedo vivir a tu lado, no quiero vivirla…
-¿Y tú crees que esto sólo te pasa a ti? No sabes las noches que he pasado en blanco muriéndome por no tenerte a mi lado…
-Sí, pero en algunas ocasiones dudo de tus sentimientos… No estoy seguro de lo que sientes por mí…
En esos momentos tapé tu boca con mis dedos y no te dejé hablar…
-Juan, nunca te he contado que para mí has sido un ángel. He llegado a pensar que Dios te puso a mi lado para, entre tanta desdicha, hacerme feliz… Eres la única persona que llena de alegría mi vida, si tú no estuvieras, si no te tuviera… ¡No sé qué sería de mí…! ¡Dios mío, si tú supieras lo importante que eres para mí!
-Mi vida, ¿y por qué esperar?-dijiste mirándome a los ojos.
-No sé, Juan… Tal vez porque debemos estar realmente seguros, sabes que no somos libres…
-¡Volvemos a lo mismo! Sabes que yo sí estoy realmente seguro… ¡No tengas miedo!
-Sólo esperemos un poco más ¿de acuerdo?
Cogiste mi cara entre tus manos resignado…
-De acuerdo Lucía, esperaré…
Cruzaste la puerta de casa una vez más y yo la cerré suspirando, porque no sabía cuándo sería la próxima vez que te volvería a ver… Separarme de ti, aunque sólo fuese por un día, suponía una triste agonía. Cada vez era más fuerte el deseo de tenerte cerca. Lo único que me reconfortaba era  pensar que tú también me amabas y que quizás, muy pronto, podríamos estar realmente juntos tú y yo.
Serian sobre las diez de la noche cuando llegué a casa, allí sentado en la sala me esperaba Luis, su cara no expresaba felicidad, estaba muy disgustado por no haberme encontrado allí a su llegada. Sinceramente en ningún momento mostró preocupación por mí, más bien era el egoísmo de no tener la cena preparada lo que le molestaba. Con gran rapidez preparé su cena como si nada hubiera ocurrido, mientras tanto mis pensamientos me llevaban junto a ti, nada me hacía más feliz que recordar los instantes que había pasado a tu lado… En casa todo era malos royos, nunca pude encontrar la paz que siempre necesité para vivir, siempre tenía que medir mis palabras o mis actos para que todo se desarrollara con normalidad… Ya estaba cansada de eso, y aún así, me apenaba el daño que iba a causar con mi marcha. Quizás es que soy demasiado cobarde para romper con la monotonía del pasado y comenzar una nueva vida…
Esa misma noche tomé una decisión. Debía hablar con Luis muy seriamente, tenía que explicarle  cuáles eran mis sentimientos hacia él, era necesario no callar más. Vivir como lo estaba haciendo no me aportaba felicidad, tan sólo angustia y desesperación. No podía seguir así, si lo hacía no solo le estaría engañando a él, sino  a mí misma. Sabía que las cosas con Luis nunca iban a cambiar, tenía muy claro que estábamos en una situación cómoda para los dos, sobre todo para él. Quedándome a su lado no podía esperar nada de la vida, me sentía terriblemente vacía, sin ilusión. Solo tenía que encontrar el momento oportuno y poner las cartas sobre la mesa, para mí era terrible tener que sincerarme de esa manera, no quería hacerle daño, pero ya era hora de dar el giro a mi vida que tantos años había estado esperando. Juan, tu no fuiste el desencadenante de esta situación, era algo que ya se venía preparando desde hacía mucho tiempo…

Durante todo el día permanecí en casa, intenté comportarme con normalidad, que nadie notara mi inquietud por aquella situación que me sobrepasaba. Creo que fue inútil, todos se percataron de que algo me ocurría. Nunca he podido ocultar nada, y ahora no iba a ser la primera vez que lo hiciera.
Sobre las siete y media salí  en dirección al lugar pactado. Mis piernas casi no me sostenían, me asustaba que alguien descubriera mi encuentro contigo. ¿Qué pasaría si eso ocurría? Me aterraba pensarlo… Aceleré el paso y traté de no transitar por las calles más concurridas… Un cuarto de hora más tarde ya había llegado. Para acceder a la playa tenía que bajar por unas pequeñas rocas, cuando me dispuse a ello noté tu presencia justo detrás de mí.
-¡Vamos, Lucia!
Me giré y ahí estabas tú. Mi corazón se aceleró al ver tus ojos, que en esta ocasión tenían un brillo especial, y al observar que  tus labios sonreían como nunca antes lo habían hecho…
Me tomaste de la mano, caminamos hasta la orilla y allí apoyados en unas rocas nos sentamos sobre  la arena. Comenzaba a anochecer, prometía ser una noche estrellada, la luna se reflejaba en el mar y la brisa acariciaba nuestra piel dulcemente. Cogiendo mi barbilla comenzaste a hablar…
-¡Tenía tantas ganas de encontrarme contigo…!
-Yo también-dije bajando la mirada.
Aquella situación me hacía sentir un poco incómoda, no sabía qué hacer ni qué decir… Era extraño tenerte a mi lado en otro lugar, algo hacía que me avergonzara. Yo sabía que no me correspondía  estar tan cerca de ti, en esos momentos sentía que le estaba arrebatando a tu esposa su lugar… Me parecía mezquino,  pero al mismo tiempo era realmente maravilloso tenerte solamente para mí…
-Lucía, después de pensarlo muy detenidamente, creo que lo mejor para los dos y sobre todo para ti sea que pida el traslado a la ciudad. Allí podremos comenzar una nueva vida juntos…
-No sé, Juan… No puedo dejar de pensar en todo lo que dejaríamos atrás. Pienso en tu familia, en el dolor que todo esto causará no sólo a tus hijos sino también a tu mujer… Quizás ella no permita que estés cerca de los niños  todo lo que tú desees, y créeme, si eso sucede, tú no serás feliz…
-Todo eso ya lo he pensado, pero es tan grande mi amor por ti que tendré suficientes fuerzas para luchar por ellos a tu lado.
Extendí mi mano y acaricié tu cara…
-Juan, por Dios, piénsalo todavía más. No nos aventuremos, quizás lo nuestro solo sea un espejismo. Posiblemente, cuando vengan los problemas, dejes de quererme como ahora lo haces…
-¡Mi amor!- dijiste abrazándome- ¿Cómo puedes pensar todas esas cosas? Para mí no eres un capricho, llevo demasiado tiempo conociéndote y mi amor por ti no es algo repentino, ni casual.
-¡Sí, pero…!
-No te angusties Lucía, ten la certeza de que te quiero y no eres para mí un pasatiempo. Lo que quiero tener contigo, lo creas o no, lo he meditado profundamente… Prefiero  vivir a tu lado plenamente,  a pesar de todos los problemas que puedan venir al tomar esta decisión, a vivir cómodamente pero sin tenerte junto a mí.
Tomé tu cara entre mis manos y te besé. Nunca había escuchado unas palabras tan bonitas de alguien dirigidas a mí. El reloj corría  demasiado rápido, deseaba estar contigo toda la noche, pero era mucho mejor que nos marchásemos a casa.
-Juan, debo marcharme y creo que tú también deberías hacer lo mismo. Otro día retomaremos esta conversación.
Nos pusimos en pié, me cogiste la mano,  la acariciaste y con un cálido apretón nos despedimos… Yo fui la primera que salió de aquel hermoso lugar, tú te quedaste mirando cómo me alejaba, nadie debería vernos juntos. Aún te recuerdo allí, inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. Me hubiera encantado saber lo que  pasaba por tu cabeza en esos momentos…