viernes, 29 de abril de 2011

Comenzó mi vida sin ti. Durante los siguientes días intenté no encontrarme contigo. Temía que en el momento en que lo hiciera volvería a caer. Pero el pueblo era un lugar muy pequeño y encontrarnos, tarde o temprano, tendría que ocurrir…
 Durante las fiestas, Luis me propuso salir, hacía tiempo que no lo hacíamos. Le vi tan entusiasmado que no pude negarme a pesar de no encontrarme con fuerzas para hacerlo. En la plaza se celebraba la verbena, que todos los años realizaban con gran entusiasmo los lugareños, y como no, sin decir nada, Luis me llevó a allí. Al llegar me dedique a contemplar la algarabía de la gente, que como era natural, se divertía sin reparos. Yo no me sentía bien, mi corazón estaba destrozado y la felicidad de los demás causaba en mí más sufrimiento. Mientras que mi marido fue a buscar unas bebidas  me quedé observando lo que ocurría a mi alrededor, niños correteando, parejas bailando, grupos de amigos riendo… y más atrás… ¡No, no puede ser, más atrás estabas tú! ¡Juan, mi amor!                                                           
 Por unos instantes la música enmudeció, la gente desapareció, era como si el mundo se  hubiese parado a nuestro alrededor.  Allí estábamos tú y yo frente a frente, con la mirada fija el uno en el otro, sin capacidad para reaccionar. Tus hijos tiraban de tu chaqueta para llamar tu atención y tú inmóvil. Luis me cogió del brazo pronunciando mi nombre:                        
-¡Lucía!-gritaba.
De pronto reaccioné.
-Luis ¿Qué ocurre?
-¡Me has asustado! ¡Estabas paralizada! ¿Te encuentras bien?
-Sí, sí, perdona. Estaba distraída.
La casualidad o tal vez el destino hizo que nos encontrásemos, en aquella noche estrellada,  separados en la distancia pero unidos en el corazón. ¡Lo único que deseaba era estar contigo, quería echar a correr a tus brazos y no me hubiese importado hacerlo ante todo el mundo! Tras tomarnos unas copas convencí a Luis para que me llevara a casa. No podía soportar estar tan cerca de ti y no estar contigo… Cuando nos disponíamos a salir de allí, los amigos de mi marido, que estaban sentados en las mesas de la bodega, le llamaron para que se acercara.
-Lucía, ¿vienes conmigo?
-No, Luis, ve tú. Yo te esperaré en aquel banco.
Cuando me dirigía hacia allí, de entre la multitud apareciste tú. Ahora sí estábamos frente a frente. ¡Qué guapo estabas!
-¡Hola! – me dijiste.
-¡Hola Juan!- casi no salía la voz de mi cuerpo.
No pudimos decirnos nada más. Estábamos frente a frente como dos estatuas de mármol, mirándonos a los ojos y sin poder articular palabra. Llevabas a tu pequeño, que impaciente por llegar otra vez a la fiesta, tiraba de tu mano con ímpetu.
-¡Venga, Juan! Llévale a jugar.
-Adiós Lucía.
Con una tímida sonrisa nos despedimos, sin percatarnos que estábamos siendo observados… Cuando me quedé sola llegó Luis, me cogió del brazo y me llevó a casa. Por el camino le encontré serio, aunque no era de extrañar, porque él nunca ha sido muy cariñoso conmigo. Ya en la puerta empezó a discutir conmigo. Le molestó que no nos quedásemos más tiempo en la verbena, comenzó a decir que siempre teníamos que llegar a casa pronto, que nunca disfrutábamos de nada por mí… Y ese fue el inicio de otra de nuestras monumentales broncas… Con lágrimas en los ojos, me marché a mi cuarto, cerré la puerta y, como una niña, comencé a llorar… Durante esos momentos tu imagen venía a mi memoria, recordaba todas las veces que había sido feliz a tu lado, y lo tonta que era por alejarte de mí… 
Como cada día, llegaste a casa. Pero hoy no será uno de tantos, el día de hoy no debería existir. Nuevamente el timbre sonó y allí estaba yo para abrirte la puerta. Tras ella te encontrabas tú, sonriente como siempre.
-Lucía…- Al mirarme comprendiste que algo ocurría-
-Juan…- Respondí con tristeza, extendí mi mano hacia ti y te entregué la carta que con tanto dolor había escrito.
-¿Qué ocurre, Lucía?
-¡Márchate, Juan, márchate y lee esta carta!
Tembloroso la cogiste entre tus manos y extrañado te alejaste. No sin antes despedirte de mí. Tras tu salida cerré la puerta y desconsolada comencé a llorar… Desde la ventana miré cómo te alejabas, pensé que quizás sería esa la última vez que te vería y se me rompía el corazón, en ese momento sentía como si cientos de cuchillos atravesaran mi alma rompiéndola en girones. A lo lejos observé como detuviste tu caminar y comenzaste a leer. No tuve fuerzas para seguir observándote, me fui hacia mi habitación y me recosté sobre la cama, estaba completamente hundida…
 Media hora más tarde el timbre volvió a sonar, era Sofía, una chica que vivía en la casa de al lado. Como pude saqué fuerzas, me sequé las lágrimas y fui a abrir…
-¡Hola Lucía!
-¡Hola Sofía! ¿Qué ocurre?
-Nada chica. Que estoy preocupada por Juan, me lo he encontrado calle abajo y yo juraría que algo le pasaba ¡y no bueno! Llevaba una carta en la mano, la mirada perdida… Le he saludado y ni siquiera se ha dado cuenta. No sé, no estaba bien…
-No te apures, Sofía, será algo sin importancia…
No sabía cómo reaccionar ante ella, mi cuerpo comenzó a temblar y una terrible sensación me invadía. La despedí lo más rápido posible y, derrotada, volví otra vez a la cama, el dolor que sentía era tan intenso que no podía  mantenerme en pié. Sin apenas darme cuenta me quedé dormida…
Fueron dos días de constantes pensamientos, tras muchas vueltas que le di a este asunto tomé una terrible decisión: debía  olvidarte y alejarme de tu lado. No era lo que mi corazón quería, pero tenía que hacerlo. Tenía que hacerte llegar mi decisión, nada mejor que con una carta…

Juan, estoy locamente enamorada de ti, pero no nos engañemos, nunca estaremos juntos y cuanto más tiempo pase será peor. Sé que ninguno de los dos tendríamos el valor suficiente para dejar nuestras anteriores vidas y comenzar una nueva juntos. Es doloroso, muy doloroso, pero hiciésemos lo que hiciésemos nunca seríamos completamente felices. No somos tan malas personas para empezar una vida de felicidad sabiendo el dolor que hemos dejado tras de nosotros. ¡Dios mío! ¿Qué será de mí sin ti? Mi amor, te quiero. Te quiero como no lo he hecho jamás. Has sido lo más hermoso que me ha ocurrido en mi vida, el único motivo que he tenido para seguir viviendo y ya ves, que tonta soy, te dejo marchar… Desde ahora, cuando nos veamos,  fingiremos que sólo somos conocidos e intentaremos que todo vuelva a la normalidad. Deseo que seas feliz, al menos inténtalo por mí. Adiós, mi amor. Y recuerda que siempre te amaré, pero en silencio.
Tuya para siempre:
                                              Lucía

Las lágrimas brotaban por mis mejillas como si una gran tragedia se hubiese apoderado de mi alma. Tanto es así, que en el silencio de la noche, cuando todos estaban dormidos mis sollozos despertaron a Luis, mi marido. Sobresaltado se levantó acercándose a mí:
-¿Que te ocurre Lucía?-dijo tomándome de la mano.
-Nada Luis, he tenido una pesadilla. Anda, vamos a la cama.
Sólo tenía que esperar el momento en que tú llegaras a casa para entregarte lo que podría causarte tanto dolor como a mí. Lo que pondría punto y final a esta hermosa historia de amor que no había hecho más que empezar…  

miércoles, 27 de abril de 2011


Los días transcurrían con la misma normalidad de siempre. Pasé de la tristeza a la alegría, todos deberían notarlo, era evidente. El tiempo que pasaba cerca de ti me parecía realmente corto, no quería que te marcharas, deseaba tenerte siempre a mi lado. Si hubiera podido, te abría atado a mí para que nunca te alejaras. Después de los momentos que compartíamos mi mente se dedicaba, única y exclusivamente, a repasar esos instantes que tú y yo vivíamos escondidos del resto del mundo. Recordaba tu proximidad cuando me abrazabas con alguna pequeña escusa, recordaba tus manos junto a las mías cuando nos las cogíamos porque sí y tu olor…ese olor que percibo por todos los rincones de mi cuerpo.
Tu ausencia alimentaba de dudas mi soledad. Me preguntaba una y otra vez si tú realmente sentías por mí algo especial, o quizás me buscabas  para tener una distracción más en tu monótona vida. Todos estos pensamientos me hacían daño, temía ser un pasatiempo para ti a la vez que para mí eras lo más importante. Durante los años que te conocí siempre había visto en ti a un hombre respetuoso y bueno, pero ahora me asustaba pensar que tal vez no eras así. También me angustiaba que me vieses como una mujer fácil e infiel, que se entrega a los brazos de cualquier hombre por unos momentos de placer… ¡Dios mío, yo no soy así! ¿Cómo decirte que es la primera vez que esto me ocurre?...

Aquella mañana llegaste como siempre, reflejado en el cristal de la puerta vi cómo me mirabas con aquella amplia sonrisa que nunca podré olvidar, tú no te diste cuenta, pero yo quería saber qué hacías cuando te daba la espalda. Recuerdo la expresión de tu cara y eso me hacía sentir un poco más segura. Mientras me entregabas las cartas de aquel día extendiste tu mano y me acariciaste. Yo te miré y sonreí. ¡Qué momentos tan dulces me ofreces! ¿Cómo soy capaz de dudar de ti?
Entraste en casa y mientras hablábamos me agarraste por la cintura y apretaste mi cuerpo contra el tuyo fundiéndose en un gran abrazo. A veces sobran las palabras y cuando estoy junto a ti no son necesarias. Este comportamiento tuyo me dice que tú también me amas y disipa de mi mente todas mis dolorosas  dudas. Pero, a pesar de todo, tenía que hacerte saber…
-Juan, yo no soy así. Jamás me he comportado de este modo. Sólo contigo, a nadie le consentiría…
Mirándome a los ojos sonreíste de nuevo.
-Lucía, lo sé.
Y con un apretón de manos nos despedimos.
Cuando cerré la, puerta observé cómo te alejabas,  y por unos instantes temí que mis palabras te separaran de mí. Tal vez no debí decirte nada, tal vez no. ¿Y si ahora lo nuestro no vuelve a ser lo mismo?
El fin de semana nos separaría y llenaría de incertidumbre mis pensamientos. Había que esperar, tenía que ser paciente. Pronto volvería a ser lunes y tú volverías otra vez a mí…

sábado, 23 de abril de 2011

Tuve tanto tiempo para reflexionar que me daba miedo, por un lado me asustaba pensar que podrías olvidarme y por otro me aliviaba el creer que la distancia no siempre es el olvido y que quizás afianzaría más nuestros sentimientos, solo era cuestión de esperar… 
Y al fin llegó el día en el que nos encontraríamos de nuevo. La noche anterior la pasé en vela, los nervios me consumían, la intranquilidad invadía  mi sueño, pensaba en el momento en que llegarías a casa y sufría pensando que quizás habrías considerado esta situación y no querrías volver a verme… Seguramente pensarías que nada debería alejarte de tu mujer y que sería lo mejor para tus hijos apartarme de tu lado. Imaginé el momento en el que me dirías que todo había sido un error y que debíamos olvidarnos el uno del otro. A pesar de mis dudas, me rompía por dentro. No sabía si era mejor hacerme a la idea antes de que eso ocurriera, aquello me causaba un dolor más profundo que todos los problemas y angustias que se agolpaban en mi vida… Solo intenté prepararme para lo peor, y lo peor sería perderte…
Al amanecer me levanté, sin haber dormido nada, fui a la cocina y me preparé un café bien cargado, el día prometía ser duro y largo, y sentada con la mirada perdida hacia la puerta dejé volar otra vez mi imaginación… Sólo recordaba tu mirada y tu sonrisa cautivadora, ¡cuánto te echaba de menos, mi amor! Nada sería igual para mí si no te tuviera… Simplemente tenía que esperar, pero la espera era dura. El reloj marcaba las nueve y yo seguía sentada en la cocina, decidí darme una ducha y esperarte…
Mirando mi reloj una y otra vez, con el alma en vilo, llegó el momento en el que el timbre volvió a sonar. Temblorosa y asustada, a la vez que ilusionada,  me acerqué a la puerta y abrí. Allí estabas tú, con tu maravillosa sonrisa y una mirada que llenó de nuevo mi alma de esperanza…
-¡Lucía!...                          
Otra vez entraste en casa y entornaste la puerta. Yo no podía apartar mis cansados ojos de ti, era tan maravilloso volverte a ver que me quedé petrificada… Te acercaste a mí muy despacito, tomaste mis manos y mirándome a los ojos dijiste…
-¿No te alegras de verme?
-¡Juan! ¿Cómo dices eso? ¡Era lo que más he deseado en estos días!
Con tu mano cogiste mi barbilla y me besaste otra vez…
-Te quiero Lucía… te quiero.
-Juan, tenía miedo de perderte, llegué a pensar que quizás…
-Creías que me habría olvidado de ti ¿no?
Tus fuertes brazos rodearon mi cuerpo…
-Lucía, eso sería imposible…
¡Cuánta emoción contenida en esos momentos! ¡Esa felicidad, que parecía inalcanzable, llenaba todo mi ser! Mi alma sintió un gran alivio al escuchar tus palabras, por fin volvía a recuperar las ganas de vivir que en estos días había perdido  al no tenerte a mi lado. Simplemente con verte ya era feliz, aún sabiendo que nunca podríamos compartir toda  nuestra vida.
El teléfono sonó y tú tuviste que marcharte, no sin antes darme un beso en las mejillas… Cerré la puerta y retomé mi vida diaria. La alegría inundaba mi espíritu y a la vez ese sentimiento de culpa por sentir tanto amor… Era, a la vez, lo más hermoso y triste que me había ocurrido en la vida. Sentir así me hizo tocar el cielo con las yemas de mis dedos pero también rozar el infierno.
Todo el día anduve pensando que tal vez debería confesar a mi marido lo que me estaba ocurriendo, él tenía derecho a saber que mi corazón ya no le pertenecía… O quizás debería ocultarle la verdad para no hacerle sufrir como él me hizo años atrás. Yo sabía que en algún momento este sentimiento saldría a la luz, porque tanto amor no puede quedar oculto.
También pensé en tu situación, Juan, imaginaba cómo se lo tomaría tu familia, el sufrimiento que les causaríamos a tus hijos… ¡No podía dejar que todo esto ahogara el amor y la felicidad que llevaba dentro!
Tras esos momentos de dudas y agobios volví a pensar en lo más hermoso que tú y yo teníamos: ``nuestro amor”. Nadie ni nada nos lo arrebataría, aunque vivamos abocados a vivirlo oculto… 

sábado, 9 de abril de 2011

Los días transcurrían y solo pensaba en ti, nada conseguía hacer que te olvidara. Por más que me esforzaba para apartarte de mi mente más te adueñabas de mi corazón… ¡Qué difícil es tener que vivir alejado de la persona que amas! ¿Por qué tú y yo no nos encontramos antes? ¿Por qué ha tenido que ser ahora cuando todo es más difícil? Simplemente sé que te quiero con locura, que deseo en lo más profundo de mi alma estar junto a ti y no apartarme nunca de tu lado…
Mi vida era una constante agonía, mis problemas continuaban y me agobiaban, no sabía cómo ocupar mi escaso tiempo libre, creí que iba a volverme loca… Quizás ya lo estaba, sí, pero por ti…
 A pesar de lo profundo de mis sentimientos me sentía cada vez más culpable. No era justo, no, no lo era…No debía sentir lo que en esos momentos sentía. Mi vida había cambiado por completo, todos lo habían notado, ya no era la misma persona. En mi corazón solamente había sitio para ti y no, no era justo…
Un sentimiento contradictorio llegaba a mi alma: ¿por qué tenía que sentirme así cuando le había dado toda mi vida al hombre que no había sabido hacerme feliz durante más de veinte años? Mi vida no había sido un jardín de rosas, más bien lo había sido de espinas. Por más que lo intenté durante todo este tiempo, él no hacía más que hacerme daño y cuando te encontré a ti todo cambió. Fuiste el primer hombre que se preocupaba por mí, que notaba cuando estaba triste con sólo una mirada, no era necesario contarte nada para que tú descubrieras que yo no estaba bien… Sí, fuiste el primero que con tu sonrisa aliviabas mis tristezas y el único que me hiciste sentir realmente feliz… Por ti me levantaba cada mañana cuando no tenía ganas de vivir, simplemente pensar que estaría un ratito contigo hacía más soportable mi vida, fuiste en aquellos momentos la única razón que yo tenía para seguir viviendo. Si no hubieses estado a mi lado, quizás yo, ya no estaría aquí. Por esa razón sigo pensando que fue un ángel el que te envió a mi vida…     

viernes, 8 de abril de 2011


Después de nuestro encuentro, tras mi llegada, nos tuvimos que separar de nuevo, los días transcurrían y en mi mente seguías tú, otra vez pensé que quizás ahora sí lograría distanciarme un poco de ti, que tú  también conseguirías olvidarme y que todo volvería a la normalidad. Yo debía retomar mi vida y aún con todos mis problemas y sufrimientos conformarme con lo que había elegido en el pasado, porque las cosas tenían que ser así, porque no se debía destruir tantas cosas tan solo por mi felicidad y tal vez por la tuya. Dios mío, lo intenté, tú sabes que lo hice, pero de nada sirvió. Los días seguían pasando y tú seguías en mi mente. Estabas en mi pensamiento minuto tras minuto, hora tras hora, día tras día…Cada vez que cerraba los ojos te veía una y otra vez alejándote y volviendo otra vez a mí, como si no quisieras marcharte de mi lado y sé que eso era lo que realmente sentías, no era necesario que lo dijeras porque tus actos, tu mirada y tu cara así lo demostraban. Simplemente con recordarte ya me sentía mejor.
Los días pasaban y no sabía nada de ti, la desesperación rozaba mi alma, ya no podía más…Transcurridos diez días, cuando menos lo esperaba, sonó el teléfono…Cual fue mi sorpresa al descolgar:
-¿Si? –contesté.
-¡Hola mi amor!
-¡Dios mío! ¿Juan? ¿Cómo has llamado?
-Lucía, ¿no querías que lo hiciera? ¿Acaso tú no me echabas de menos?
-Juan, deberías saber que sí. Pero no me lo esperaba.
-He pasado todos estos días pensando en ti, sentía necesidad de hacerlo. Quiero verte, si no me volveré loco.
Yo cerré los ojos y suspiré…
-Juan, ¿estás seguro?...
-Nunca he estado tan seguro de nada como ahora. Lucía, no puedo más. Necesito verte…
El silencio se hizo entre los dos. Mi mente estaba perturbada, aun así te contesté:
-Claro Juan, puedes venir.    
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, colgué el teléfono y no supe qué hacer…Apresuradamente me dirigí a mi cuarto, abrí el armario y me dispuse a arreglarme. Ibas a venir, no era un sueño, por fin te volvería a ver… ¿Qué me pondría para ti? Nada era perfecto para aquel momento. Me comportaba  como una niña en su primera cita, los segundos parecían minutos y los minutos horas… Trascurrida media hora tocaste a la puerta y yo temblorosa me acerqué a ella y muy despacio la abrí.
Allí, esperando, estabas tú. Nuestras miradas se encontraron en el silencio, tú me sonreíste y entraste en casa. Por un momento el tiempo se detuvo y tus labios pronunciaron mi nombre…
-Lucía...
¡Dios mío que bien sonaban  aquellas palabras…! Nunca podrás imaginar lo que me hiciste sentir, eres el hombre más importante de mi vida y la persona que más feliz me ha hecho en mucho tiempo.
Te recuerdo cerrando la puerta con tus manos tras tu espalda y apoyado en ella mirándome, como si fuera la primera vez que me veías. Recuerdo cada gesto tuyo, por pequeño que fuera y esa expresión en tu cara…
Sin pronunciar ninguna palabra rodeaste mi cintura con tus brazos y yo acaricié tu espalda con mis manos, deseaba tanto estar contigo que todo me parecía un sueño, un buen sueño del que no quería despertar…
-Lucía… No podía esperar tanto tiempo. Los días eran eternos sin ti. Perdóname, no sé si esto te traerá algún problema, pero era insufrible para mí.
-No lo sientas Juan, sé que todo esto está yendo demasiado lejos, pero yo siento lo mismo que tú. No hay un solo momento del día en que no me acuerde de ti, en cada cosa que hago te tengo en mi mente, simplemente no puedo olvidarte… Los dos sabemos que hemos caído en un pozo del que será muy difícil salir, lo único que deseo en esta vida es estar a tu lado…
De repente cogiste mi cara con tus manos y me besaste en los labios con ternura, como nadie lo había hecho jamás.
Tras nuestro primer beso nos miramos a los ojos, acariciaste mi mejilla y te marchaste… Como en una nube cerré la puerta, apoyé mi espalda contra ella y lloré… Probablemente nunca existiría un amor tan puro como el nuestro…

miércoles, 6 de abril de 2011

 Por fin pasaron mis días de vacaciones y regresé a casa. Durante el viaje la emoción me invadía pensando únicamente en ti, en cómo sería nuestro reencuentro, si tú también querrías verme o simplemente te habías olvidado de mi…
Aquella noche fue interminable, no pude conciliar el sueño…No, no fue el calor el responsable, ni siquiera fue el cansancio de los kilómetros recorridos…Era el nerviosismo que me llenaba el alma al saber que después de tantos días te volvería a ver.  ¡Dios mío! ¿Cómo sería ese momento? Por fin, caí rendida…      
Amaneció, eran las siete de la mañana y mi intranquilidad hizo levantarme apresuradamente, tomé una taza de café entre mis manos y me acerqué a la ventana…Allí dejé volar mi imaginación y otra vez mi alocado corazón me llevó a ti… ¿Cómo estarás? ¿Qué será de ti…? Faltaban pocas horas para poder verte otra vez, pero parecía una eternidad… 
Apenas el reloj marcaba las diez de la mañana cuando el timbre sonó. Mi corazón latía cada vez más fuerte, las manos me temblaban y mis pies apenas podían llevarme hacia la puerta. Cuando por fin me acerqué  casi no era capaz de abrirla, todo mi cuerpo se estremecía y todo un mundo de emociones llenaba mi alma, sujeté el pomo con fuerza y abrí…
Allí estabas tú, tus ojos se clavaron en los míos, tu sonrisa me cautivó y el tiempo se detuvo unos momentos…
¡Cómo había estado tanto tiempo sin ti! ¡Cómo había podido! Si con solo tu mirada y tu presencia me sentía inmensamente feliz…
Sin pronunciar una sola palabra entraste en casa, entornaste la puerta y me tomaste entre tus brazos.
En esos instantes de locura no pensamos en las consecuencias que esa inesperada reacción podría acarrearnos, ya que ninguno de los dos éramos libres…Ambos estábamos casados y teníamos una gran responsabilidad a nuestras espaldas, pero ¿cómo podríamos detener nuestros sentimientos? ¿Acaso el amor es un pecado? ¿Por qué no podíamos amarnos?
Cuando aquel cálido abrazo concluyó, nos miramos a los ojos, yo sin palabras y tú acariciando mi cara con tus manos dejaste escapar un tímido “te quiero”.
-¡Juan! ¡Cuánto te he echado de menos! Creí que sería fácil olvidarte, pero no lo he logrado. He intentado por todos los medios que este sentimiento no creciera dentro de mí y no lo he conseguido. Yo también “te quiero” mi amor, eres lo más importante para mí…
-¡Lucía! He soñado con este momento desde el instante en que supe que te marchabas. He contado los días, las horas, los minutos que faltaban para verte. Cada día ha sido una eternidad, cada hora una tortura, cada minuto una desesperación… ¡No quiero volver a separarme de ti!
Tus palabras, aquellas dulces palabras, quedaron grabadas para siempre en mi corazón…Aquellos minutos de amor, de verdadero amor desinteresado, tocaban a su fin, debías marcharte. Te  acompañé a la puerta y nos despedimos con una amplia y profunda sonrisa…        

martes, 5 de abril de 2011

Trascurrieron los meses y no conseguía olvidarte…Mi vida cada vez se hacía más dura y triste, la soledad invadía mi mundo. A pesar de todo ese cúmulo de sentimientos que nos rodeaba no podíamos mostrar claramente nuestro amor. Estábamos atados a un pasado difícil de abandonar y echar a un lado, ninguno de nuestros seres queridos se merecía pasar por esto, no merecían sufrir por nuestra culpa, ni siquiera para que nosotros pudiésemos ser felices…Y opté por alejarme.
Habiéndolo  pensado bien y aprovechando la llegada del verano hice las maletas y me marché con mi familia unos días, quería alejarme, tenía que hacerlo…Si no lo hacía no sabía que sería lo próximo que iba a ocurrir y  lo que realmente no debía pasar. Si no me marchaba  seguramente me entregaría a ti por entero y sería capaz de dejarlo todo… 
Durante mis vacaciones el tiempo parecía detenerse, el reloj no corría, intentaba una y otra vez distraer mi mente, pero no funciona, seguías dentro de mi alma y no podía hacer nada para impedirlo…
Mis largos paseos por esa pequeña cala solitaria, no hacían nada más que demostrarme que estaba equivocada y que por más intentos que hiciera, tú seguías en mi corazón y en mis pensamientos…Si, yo estaba equivocada, no podía apartarte de mí.  
Sentada en la cálida arena, mirando el mar me quedaba exhausta, no conseguía olvidar tus alegres ojos, las miradas que hacia mi dirigías cuando estábamos juntos y pensabas que yo no veía, tu sonrisa. ¡Ay, tu sonrisa!... Y tus fuertes brazos con los que me rodeaste aquella vez…
Todo aquello me sumergía en una profunda tristeza porque no podía tenerte a mi lado y lo deseaba tanto…
Era jueves, un jueves cualquiera, llegaste a casa como siempre…
-¡Hola Lucia!- me dijiste con una enorme sonrisa - ¿Cómo te encuentras hoy?
-¡Hola Juan! Ya ves, igual que siempre, todo sigue igual…
Como cada día comenzamos nuestra conversación…El reloj corría y yo hubiera hecho cualquier cosa para detener el tiempo. ¡Qué bien me encontraba a tu lado! Te necesitaba cerca de mí para seguir viviendo, tanto como el aire para respirar. Nunca olvidaré  nuestra despedida de aquel día, sin más nos quedamos en silencio unos minutos, simplemente nos miramos a los ojos, tú, junto a la puerta y yo unos pasos atrás. Era como si quisiéramos decirnos tantas cosas… o quizás un gran “TE QUIERO“, que por nuestra situación nunca deberíamos pronunciar…
Cerré la puerta una vez más, puse mi mano sobre mi pecho y suspiré…
Los días pasaban, estar sin ti cada vez me resultaba más duro, mi vida continuaba con sus altibajos y solo vivía para verte. Sin quererlo, te convertiste en la razón más poderosa que yo tenía para seguir adelante, de nuevo comencé a sonreír…
Y llegó mayo, el tiempo corría y corría y con él nuestra amistad se iba afianzando. Un día cuando me entregaste el correo, con mi torpeza, una de las cartas cayó al suelo. Te di la espalda y me agache para cogerla, cuando me incorporé cual fue mi sorpresa… ¡me abrazaste!
Y  llegó el día en que tus brazos, sin un motivo aparente, rodearon mis hombros y se hizo el silencio.  Tus dedos tomaron por unos segundos mi barbilla, tus ojos me envolvieron con tu mirada y fui feliz... ¡Dios mío, cuan feliz me hiciste en ese momento!
En silencio te marchaste, yo me quedé mirando cómo te alejabas, sin decir nada, cerré la puerta y volví a mis ocupaciones diarias, pero eso sí, contigo en mis recuerdos…

lunes, 4 de abril de 2011

Si supieras cuantas cosas pasan por mi mente angustiada, si tú supieras… Aquella triste y lluviosa tarde de invierno, cuando todo parecía derrumbarse, apareciste tú, sin esperarlo, como un ángel que el cielo por fin me enviaba para soportar mi terrible angustia. Nunca pude imaginar que serías el motor de mi vida y que con solo tu mirada llevarías aire fresco a mi alma desconsolada. Desde aquel momento me convertí en otra persona, me enamoré y ya no sería capaz de vivir sin nuestro amor…
De lo único que estaba segura era que tú estabas experimentando lo mismo que yo, que poco a poco ibas descubriendo un nuevo sentimiento en tu corazón, un sentimiento prohibido. Con solo mirarte a los ojos me bastaba para intuir lo que sentías, y pude apreciar que nos estaba ocurriendo a los dos al mismo tiempo. Apareció por que sí, nunca buscamos nada…
Por aquellos días todo un mundo de problemas y tristezas envolvían mi vida, no podía soportar la idea de seguir viviendo así, solamente las lágrimas brotaban de mis cansados ojos, no era capaz de esbozar ni una tímida sonrisa. Pero llegaste tú, e hiciste mucho más llevadero mi dolor. Los días dejaron de ser tan tristes y mi vida dejó de ser tan dolorosa…
                 El timbre sonó, abrí la puerta con cuidado y allí estabas tú…
-¡Hola Juan!
-¡Hola Lucía! ¿Qué tal estás? –me respondiste con una enorme sonrisa y aquella mirada que denotaba alegría.- Aquí tienes tu correo.
Aquel día, tus manos se rozaron por primera vez con las mías y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Mis ojos levantaron la vista y descubrí algo que nunca antes pude imaginar, te encontré, por primera vez, en mi universo… Extrañada por aquella nueva sensación, me despedí de ti, como cada día, y continué con mi agotadora vida, lo que nunca imaginé fue que, a partir de ese momento,  para mí ya nada volvería a ser igual…
Pasaban las horas, los minutos, los segundos y aquella extraña sensación no desaparecía… ¡No podía ser! ¡No conseguía arrancarte de mi mente! Desde entonces los problemas que tanto me atormentaban habían pasado a un segundo plano y comenzó a crecer en mí la fuerza que necesitaba para seguir adelante…
-¡Esto pasará!-me repetía constantemente-¡Seguro que pasará!...
¡Nada más lejos de la realidad! ¡Qué tonta fui! Pensaba que debido a mi soledad, aún en compañía, y a todos mis dolorosos problemas, aquello se había magnificado y trate de no hacerle caso. Conforme pasaba el tiempo no sólo no te olvidé sino que seguías todavía más presente en mi vida…
A partir de ese momento los días dejaron de ser oscuros y tristes. A pesar del dolor que habitaba en mí, despertaba con una nueva ilusión, una nueva razón para vivir, llegué a pensar que solo vivía para volverte a ver, para poder estar contigo esos pocos minutos al día en que nos encontrábamos cuando traías  el correo a casa, esos minutos en que me llenaba de alegría con solo verte sonreír. Tu sonrisa… Nunca había visto una sonrisa tan hermosa… Siempre llegabas a casa con esa increíble sonrisa que me inundaba el alma, tu mirada llena de ternura y sobretodo tu compañía que cada vez me reconfortaba más. Fuiste la única persona que se interesó por mí, cuando llegabas, sólo con mirarme ya sabías cómo me encontraba, no era necesario que te dijese nada, tú lo veías en mí. Aquello hizo que te necesitara cada vez más, necesitaba que alguien estuviera pendiente de mí y tú lo hacías…    
El tiempo corría y nuestra amistad se iba afianzando cada vez más, nuestras charlas eran cada vez más habituales  y pasaste a ser imprescindible en mi vida…