Comenzó mi vida sin ti. Durante los siguientes días intenté no encontrarme contigo. Temía que en el momento en que lo hiciera volvería a caer. Pero el pueblo era un lugar muy pequeño y encontrarnos, tarde o temprano, tendría que ocurrir…
Durante las fiestas, Luis me propuso salir, hacía tiempo que no lo hacíamos. Le vi tan entusiasmado que no pude negarme a pesar de no encontrarme con fuerzas para hacerlo. En la plaza se celebraba la verbena, que todos los años realizaban con gran entusiasmo los lugareños, y como no, sin decir nada, Luis me llevó a allí. Al llegar me dedique a contemplar la algarabía de la gente, que como era natural, se divertía sin reparos. Yo no me sentía bien, mi corazón estaba destrozado y la felicidad de los demás causaba en mí más sufrimiento. Mientras que mi marido fue a buscar unas bebidas me quedé observando lo que ocurría a mi alrededor, niños correteando, parejas bailando, grupos de amigos riendo… y más atrás… ¡No, no puede ser, más atrás estabas tú! ¡Juan, mi amor!
Por unos instantes la música enmudeció, la gente desapareció, era como si el mundo se hubiese parado a nuestro alrededor. Allí estábamos tú y yo frente a frente, con la mirada fija el uno en el otro, sin capacidad para reaccionar. Tus hijos tiraban de tu chaqueta para llamar tu atención y tú inmóvil. Luis me cogió del brazo pronunciando mi nombre:
-¡Lucía!-gritaba.
De pronto reaccioné.
-Luis ¿Qué ocurre?
-¡Me has asustado! ¡Estabas paralizada! ¿Te encuentras bien?
-Sí, sí, perdona. Estaba distraída.
La casualidad o tal vez el destino hizo que nos encontrásemos, en aquella noche estrellada, separados en la distancia pero unidos en el corazón. ¡Lo único que deseaba era estar contigo, quería echar a correr a tus brazos y no me hubiese importado hacerlo ante todo el mundo! Tras tomarnos unas copas convencí a Luis para que me llevara a casa. No podía soportar estar tan cerca de ti y no estar contigo… Cuando nos disponíamos a salir de allí, los amigos de mi marido, que estaban sentados en las mesas de la bodega, le llamaron para que se acercara.
-Lucía, ¿vienes conmigo?
-No, Luis, ve tú. Yo te esperaré en aquel banco.
Cuando me dirigía hacia allí, de entre la multitud apareciste tú. Ahora sí estábamos frente a frente. ¡Qué guapo estabas!
-¡Hola! – me dijiste.
-¡Hola Juan!- casi no salía la voz de mi cuerpo.
No pudimos decirnos nada más. Estábamos frente a frente como dos estatuas de mármol, mirándonos a los ojos y sin poder articular palabra. Llevabas a tu pequeño, que impaciente por llegar otra vez a la fiesta, tiraba de tu mano con ímpetu.
-¡Venga, Juan! Llévale a jugar.
-Adiós Lucía.
Con una tímida sonrisa nos despedimos, sin percatarnos que estábamos siendo observados… Cuando me quedé sola llegó Luis, me cogió del brazo y me llevó a casa. Por el camino le encontré serio, aunque no era de extrañar, porque él nunca ha sido muy cariñoso conmigo. Ya en la puerta empezó a discutir conmigo. Le molestó que no nos quedásemos más tiempo en la verbena, comenzó a decir que siempre teníamos que llegar a casa pronto, que nunca disfrutábamos de nada por mí… Y ese fue el inicio de otra de nuestras monumentales broncas… Con lágrimas en los ojos, me marché a mi cuarto, cerré la puerta y, como una niña, comencé a llorar… Durante esos momentos tu imagen venía a mi memoria, recordaba todas las veces que había sido feliz a tu lado, y lo tonta que era por alejarte de mí…