jueves, 8 de septiembre de 2011


Traté que el día trascurriese con la mayor normalidad posible y así fue. No sé cómo me comporté con tanta naturalidad, ni yo misma lo creía… A pesar de todo no pude sacarte de mis pensamientos, pero pude disimular.
Al día siguiente me desperté con unas ansias locas de volver a verte, no sabía si tendrías que pasar por casa a entregarme el correo. De todos modos me levanté con la esperanza de que ocurriese, recogí la casa, me preparé el desayuno y… sonó el timbre. Todavía estaba sin vestir, pero tenía tantas ganas de volver a verte que en esos momentos no me importó. Salí apresuradamente al hall y abrí la puerta… Como siempre allí estabas tú, con tu encantadora sonrisa y aquella mirada llena de ternura y amor que te caracterizaba…
-¡Juan!
-¡Hola mi amor!- dijiste susurrándome al oído.
Entraste y cerraste la puerta. Una vez dentro me abrazaste como si hubieran pasado siglos desde la última vez que nos vimos… Yo, ni qué decir tiene, me sentí la mujer más feliz de la tierra. En tus brazos no había nada que temer y nada podía hacerme daño…
-Lucía, he pasado toda la noche recordando cada uno de los minutos que pasamos juntos, ahora sé que no podría estar separado de ti ni un solo día. Estoy más decidido que nunca a compartir el resto de mi vida contigo…
-¡Mi amor! ¡Yo sería tan feliz a tu lado…!
-¿Cuándo podremos vernos de nuevo?
-No sé Juan, escaparme toda una noche no creo que pueda, de momento, y no creo que sea bueno para ti…
-¿Y si solo son unas horas? ¡Con pasar unas horas a tu lado me conformo…!
-De acuerdo, Juan, piensa en algo y mañana intentamos vernos de nuevo.
Rodeaste mi cintura con tus fuertes brazos y me besaste tiernamente. Nuevamente nos despedimos hasta el día siguiente, en el que nos volveríamos a encontrar para regalarnos lo más hermoso que ambos teníamos, nuestro amor… 

No hay comentarios:

Publicar un comentario